Un cambio de modelo. Eso es lo que está en juego, según los partidos emergentes y según las encuestas. El fin del bipartidismo, la fragmentación del voto. La ineludible necesidad de pactar a dos, tres o cuatro bandas para asegurar la gobernabilidad de ayuntamientos, autonomías y, a final de año, de España. Y todo ello con un altísimo porcentaje de indecisos que, previsiblemente, no decidirán su voto hasta el mismo día de acudir a las urnas. ¿Y si el «cambio de modelo» que proponen los nuevos no sirve para acordar otro modelo y, por el contrario nos conduce a la inestabilidad permanente? Tenemos a la vista el caso andaluz donde la jugada de Susana Díaz de adelantar las elecciones para aprovechar la falta de preparación de sus adversarios se ha vuelto en su contra y ha conducido a una situación de difícil salida y de coste muy elevado.
La transición fue la era de los pactos, gobernara quien gobernara y, en algunas ocasiones, incluso desde la mayoría absoluta se buscaban los pactos para fortalecer las propuestas. No hablo sólo de pactos para poder formar un gobierno, donde los nacionalistas estaban siempre prestos para apoyar la gobernabilidad a cambio de «regalos», sino de pactos para todo. Nunca hubo un Parlamento más duro, más agresivo que en algunos años de la transición. Pero los mismos que debatían a cara de perro en los escaños, se encerraban luego en una habitación y discutían hasta alcanzar un acuerdo. Así se reconstruyó un país, un verdadero cambio radical de modelo que nos ha dejado la mayor etapa de libertad de la historia.
Antes, al contrario que ahora, todos estaban dispuestos a pactar, a buscar acuerdos, a ceder, porque todos tenían en la cabeza el conjunto del Estado, la democracia, por encima de los intereses de partido. Entonces demostraron que este era un país para pactos. ¿Podemos decir lo mismo ahora? En la última etapa de Aznar y en la de Zapatero, los dos grandes partidos trataron no sólo de aniquilar al contrario, sino todo lo que se movía. Desmontaron la sociedad civil y se olvidaron de escuchar a los ciudadanos. Todo el poder fue para los «aparatos». Ahora lo están pagando y puede que alguno con un precio muy elevado.
Hay quien opina que el fantasma de la inestabilidad es más aparente que real. Discrepo. Cuando al bipartidismo se le añade una tercera fuerza que equilibra, en uno u otro sentido, la política de contrapesos conduce casi siempre a la moderación. Cuando el bipartidismo se sustituye por un grupo de cuatro o cinco fuerzas con escasa diferencia de votos, divergentes en los principios y los objetivos, sin cultura de pactos y con escasa voluntad de acordar o de ceder nada -otra vez el ejemplo de Andalucía-, lo que se produce es la ingobernabilidad. En todo caso, tendremos lo que algunos han provocado con sus errores y lo que los ciudadanos quieran con su voto, que esta vez debería ser más meditado que nunca. En política, los experimentos, con gaseosa.
Francisco Muro de Iscar