En un acto electoral del pasado fin de semana en Madrid, el ex presidente del Gobierno, José María Aznar, acudió al rescate del buen hacer de su esposa al frente de la alcaldía de Madrid. Pudo prevalecer la condición de marido sobre cualquier otra. Tampoco es nada malo que los bienes gananciales desplacen a la razón política, si es que este fue el caso.
Aún así, creo que por una vez y sin que sirva de precedente, han sido justas, oportunas y razonables las palabras del ex presidente en desagravio de la alcaldesa políticamente desahuciada por su propio partido como candidata, frente al empuje y la colaboración necesaria de Esperanza Aguirre. Así lo debió entender también Aznar cuando el otro día, en dicho acto electoral, fue escasamente receptivo a las lisonjas de quien aspira a sustituir a Botella en la alcaldía madrileña.
Quizás me esté contagiando de ese mal nacional denunciado por Rubalcaba sobre lo bien que despedimos en este país. Nunca fui botellista pero me parece injusta la forma en que desde dentro de su partido se le fue señalando el camino de salida. Aunque hablamos del Ayuntamiento más endeudado de España, pocos alcaldes podrán presentar resultados similares de una gestión económica. Pero eso le cundió poco frente a los lamentables sucesos del Madrid Arena. Algunos incluso quisieron relacionar el adiós de Ana Botella con los dos muertos en su día por culpa de árboles mal podados.
A lo que íbamos. En posterior intervención pública de Aguirre, este lunes pasado, la candidata se deshizo en elogios a su antecesora. En eso desembocaron sus cálculos sobre la importancia de mantener su antigua complicidad política con el presidente. Más importante, desde luego, que marcar distancias con Ana Botella, que heredó la alcaldía de Ruiz Gallardón en diciembre de 2011. Pero me temo que el rebobinado personal y político de Aguirre respecto a la todavía alcaldesa no llegó a tiempo de evitar la implícita censura pública formulada cinco minutos antes por el ex presidente del Gobierno.
Respecto al impacto de la reaparición de Aznar en actos de partido, conviene señalar que su público no sintió ni frío ni calor cuando en el mitin del sábado salió al rescate de la imagen de su esposa y criticó el trato recibido por ésta de Esperanza Aguirre, por aquello de que los trapos sucios mejor ventilarlos en casa. En cambio levantó a la gente de sus asientos cuando atacó a Susana Díaz, la candidata socialista a la presidencia de Andalucía, o cuando se refirió a los «nubarrones de populismo» que llegan con Podemos.
Lo pongo de manifiesto por recordar cómo las bases perciben con más lucidez que sus propios dirigentes el daño que hacen las querellas internas a la causa electoral de un partido. Una moraleja igualmente aplicable al PSOE, donde la desconexión entre Sánchez y Díaz se ha hecho más que notoria en la campaña. O a Podemos, con la tensión entre musas y teatro personalizada por Monedero y Errejón.
Antonio Casado