Las Fuerzas Armadas y los militares son rara vez noticia en España, y a menudo es para criticarlos o como anécdota. Sin embargo, cada vez los vamos a necesitar más, tal y como está la orilla sur del Mediterráneo. Para salvamentos, para defendernos del Estado Islámico y sus secuaces y para imponer cierto respeto, que las armas siguen siendo importantes.
Hay una paradoja obvia y es que, mientras la guerra civil sigue siendo el filón de tanto escritor, siempre muy ideologizada, apenas se escribe sobre la profesión militar. Por otro lado, el militar suele ser caricaturizado en novelas y películas, hasta físicamente, con bigotazo, con cara adusta, ojos de carbón, con esa imagen con la que durante mucho tiempo se ha querido retratar al fascista, en un esterotipo simplista y sesgado.
Quizá debido a nuestra historia de cuatro guerras civiles existe una separación histórica entre militares y sociedad civil. Pero sobre todo lo que hay es desconocimiento e ignorancia. Los temas militares de fondo no son tratados por ni para el gran público, algo que sí sucede en otros países de nuestro entorno, especialmente en los anglosajones, orgullosos de sus fuerzas armadas y de su historia militar.
Algunos atribuirán esto a nuestra inveterada neutralidad. No participamos en ninguna guerra mundial, sólo las nuestras, civiles e internas y contra Abd el Krim. Y las dos, desastrosas, contra los Estados Unidos, que terminaron apropiándose de Cuba, Filipinas y Puerto Rico. Nos dejó mal sabor. Surgió una especie de pacifismo que no es tal, sino antimilitarismo primario. Paradójicamente, tuvo que ser la izquierda, Felipe González, quien nos metiera, por fin, en la OTAN, y aun así con reticencias y excepciones.
Un falso pacifismo, un poco estilo avestruz, hace que sea tabú hablar de gastos militares, de entrenamiento, de modernización. En la literatura abundan los relatos de la guerra civil, sobre todo en plan ajuste de cuentas. Pero los escritores llamados de izquierda han rehuido siempre hablar del ejército –si no era para criticarlo-, pues quizá se consideraba de derechas interesarse por él.
No siempre fue así. Desde Cervantes, con el magnífico discurso de las armas y las letras, de don Quijote (capítulo XXXVIII de la Primera parte), pasando por Francisco de Aldana, Garcilaso de la Vega, Cadalso, y tantos otros militares que se ilustraron y nos ilustraron con sus escritos y sus acciones de combate.
Curiosamente, la profesión de las armas es quizá la más filosófica, pues se enfrenta, por definición, a diario, a la muerte, propia y ajena. Y la muerte es la base de la metafísica.
Dentro de unos días se presenta en Madrid un libro del teniente coronel que ha servido en Afganistán, Juan Bustamante. El libro, Soba Na Soba. Envíos afganos (ediciones Fuente de la Fama, 2015), es una muestra perfecta de ese espíritu militar, sin lirismos patrioteros ni alharacas, con lenguaje directo, donde, sin alardes se transparenta el valor, coraje, enorme sacrificio y trabajo, y sin darse importancia. Y con muchos rasgos de humor para quitar drama a la cosa. En forma de correos a sus amigos desde los remotos desiertos, además de ser muy interesante, se lee de un tirón y el lector descubrirá, si no lo ha hecho, cómo son nuestros soldados, con humanidad y profesionalismo.
Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye