Se entiende que en los mítines los políticos exhiban su mejor perfil y muestren sólo la nómina de virtudes de su formación. Se comprende que en un ambiente enfervorecido con el líder a este se le vaya calentando la boca durante la actuación al ritmo que marcan los aplausos. Pero todo tiene su límite y Mariano Rajoy lo superó ayer con creces cuando afirmó que es tanta la confianza en la recuperación económica que «en España ya nadie habla de paro».
Bueno nadie salvo el 81% de ciudadanos que confiesan a los encuestadores del CIS que el paro es, a distancia, su primera preocupación. Nadie, salvo los 5,4 millones de españoles que la EPA cuenta como desempleados o los 4,3 millones registrados en los Servicios Públicos de Empleo, para quienes el paro no es sólo una preocupación sino una realidad cotidiana. Nadie, salvo los miembros de 1,8 millones de hogares en los que ninguno tiene un trabajo.
De paro hablan los universitarios en las aulas ante su incierto futuro laboral, los abuelos que tienen que ayudar con su pensión a sus hijos y nietos, los niños preocupados por la situación de sus padres y los padres angustiados con la situación de sus hijos. De paro hablan hasta quienes tienen empleo por el miedo a perderlo. Y del paro español hablan, cómo no, instituciones internacionales como Eurostat o el FMI que, aunque corrige al alza las previsiones de crecimiento, certifica que nos costará tiempo abandonar la frontera del 20% de desempleados.
La frase de Rajoy es de las que quedan grabadas a fuego en la memoria colectiva, como su foto ante las puertas del INEM, porque no se puede nombrar la soga en casa del ahorcado. Sería malo que, aislado en su búnker de La Moncloa, Mariano Rajoy no se entere de lo que hablan sus conciudadanos y ni siquiera lo intuya. Pero sería aún peor que conociendo lo evidente suelte una frivolidad así que ofende a millones de personas, también votantes del PP que, supongo, se quedarían estupefactos con los aplausos de sus correligionarios ante la afirmación de Rajoy.
Isaías Lafuente