El otro día fui a cenar con unos amigos al Grémio Literário, mi querido y algo decadente club de Lisboa. Como de costumbre, estaba casi vacío. Sólo había otra mesa ocupada. Como alguno de mis amigos son fumadores, tomamos el café en la salita verde. Al rato se nos juntó uno de los comensales del otro grupo, el profesor Marcelo Rebelo de Sousa, muy popular en Portugal sobre todo por el programa televisivo en el que participa cada semana y en el que opina – casi siempre con fundamento y mesura– un poco sobre lo divino y bastante sobre lo humano.
Como Rebelo de Sousa es el eterno posible candidato conservador a Presidente de la República, la pregunta era inevitable. ¿Va a presentarse a las próximas elecciones? Todavía no lo sé, nos respondió. Señaló, eso sí, que el candidato unitario de la izquierda, el rector de la Universidad de Lisboa, António Sampaio da Nóvoa, sería un rival muy serio.
Luego, como acababa de jugar el Real Madrid con no sé qué equipo europeo, hablamos de fútbol, tema que a Rebelo de Sousa le encanta y en el que, como mis lectores saben, no soy yo demasiado ducho. De hecho, la única vez que asistí a un encuentro fue antes de la Revolución de los Claveles. El equipo de Alcácer do Sal, donde se sitúa mi querida finca alentejana, jugaba contra el de Beja, su eterno rival. Me invitaron a que hiciera el saque de honor, que en aquellos tiempos todavía llamábamos el kick-off. Tamaño honor no se debía tanto a mis inexistentes méritos deportivos como al hecho de haber donado los escudos que faltaban para comprar las camisetas del equipo local.
El caso es que Marcelo Rebelo de Sousa opinaba que el Real Madrid había estado muy flojo. Al parecer, nuestro compatriota Cristiano Ronaldo no jugaba con la destreza que cabía esperarse. Yo, sin entrar en esos detalles técnicos que ignoro, sí que recordé con horror la invasión y el caos generalizado que supuso la celebración de la última final en nuestra querida Lisboa, cuando se enfrentaron los dos equipos madrileños.
Es evidente que entre quienes disfrutan de este deporte, el fútbol despierta pasiones, no siempre de las más presentables. A menudo, las grandes finales son el escenario en el que se manifiestan sentimientos extremos. De hecho, esta misma semana Portugal entero se ha estremecido al ver las imágenes de televisión en el que unos policías golpean a un padre acompañado de sus hijos pequeños. No sé yo cómo pudo desencadenarse tamaña violencia, ni si el agredido fue quien primero comenzó la disputa. De lo que sí estoy seguro es que esas imágenes han levantado ampollas de indignación en todos los espectadores.
Rui Vaz de Cunha