Vivimos en un mundo donde todo tiene un precio, desde lo más elemental hasta lo más sofisticado. El dinero no discrimina, mide todo lo material y una gran parte de lo intangible. El dinero define y controla. Por mucha espiritualidad que pretendamos impregnarle a nuestras vidas, su necesidad hace acto de presencia. Es una sombra infinita que no se despega de nosotros, lleve el nombre que lleve: dólar, peso, yen, euro, libra…
En ese complejo contexto, me pregunto: ¿El nivel de felicidad también depende del dinero?
El cineasta Woody Allen responde muy inteligentemente: «El dinero no da la felicidad, pero procura una sensación tan parecida, que se necesita un buen especialista para verificar la diferencia».
Allen concede al dinero su real importancia, pero deja entrever que no necesariamente es proporcional a los niveles de felicidad. Si una persona con sus necesidades básicas resueltas asciende otro escalón que le procura más dinero, experimenta felicidad. Nadie lo duda.
Sin embargo, el sentimiento sería mayor si esa misma persona nunca hubiera tenido sus exigencias básicas satisfechas. Cuando se lucha para salir de la pobreza y se consigue un triunfo que implica más dinero, el sentimiento de felicidad se acrecienta. No hay nada negativo en ello, todo lo contrario.
El dinero, visto como una fórmula para alcanzar mayor bienestar, desempeña un importante papel a la hora de conquistar los sueños. Es un estímulo, y así será mientras vivamos. Lo dañino es convertirlo en obsesión e intentar medirlo todo a través de ese prisma, incluyendo los sentimientos. En estos casos, tampoco es malo por ser dinero, sino porque los seres humanos lo convierten en obsesivo, que es un sentimiento nada virtuoso.
El dinero es perjudicial cuando nos hipnotiza, como puede deslumbrarle el poder a un tirano, o una idea a un extremista religioso. Don dinero está en todas partes. Su influencia queda fuera de cualquier discusión, pero sus niveles de bondad o maldad dependen de los seres humanos, del uso que le demos, de la manera en que salgamos en su búsqueda, de cuánto puede influir en nuestra espiritualidad.
Ismael Cala