Creo tener bastante claro, y no lo digo solamente por las encuestas, lo que ocurrirá este domingo en las urnas. Todos dirán que han ganado, pero solamente uno ganará, aunque no con la suficiente amplitud como para gobernar en solitario: el lunes asistiremos (o, mejor, no asistiremos, aunque se darán bajo cuerda y en la oscuridad) a un frenesí de llamadas en busca de pactos, componendas, do ut des. Salvo sorpresas enormes 'a la británica', la suerte en las urnas está echada: luego, de quién ocupará los despachos de mando se encargará ese ingrediente sustancial en política que se llama el compromiso. Que no digo yo que sea algo negativo: la mejor política consiste, como en la vida, en lograr lo más perdiendo lo menos. Menudo mes de junio nos espera hasta que sepamos quién va a gobernar, dónde y cómo lo hará.
Lo que ocurre es que han sido muchas las plumas que se han perdido ya en esta pelea, y ni siquiera se ha abierto la etapa de las concesiones. Que las últimas horas de la campaña electoral municipal y autonómica más decisiva de los últimos tiempos se hayan consumido en titulares con los que se referían a la 'monja cojonera' (así se llama ella a sí misma, conste) y con el debate acerca de si Susana Díaz y Pedro Sánchez se habían besado o no cuando coincidieron en Alcalá de Guadaíra este miércoles, es algo que nos habla de todo un estado de cosas. Claro que los telespectadores que pudieron ver los debates entre los candidatos en Madrid, y también en otros muchos lugares de España, supongo que también se habrán hecho una idea cabal de la insoportable levedad del ser preelectoral: los candidatos o, mejor, algunas candidatas, pongamos que hablo de Madrid, se sacudieron de lo lindo, pero la verdad es que daba la impresión de que los diferendos se centraban, más que en distancias programáticas, en cuestiones personales.
Perdone usted, pero, en un resumen apresurado de lo que ha sido esta campaña, que se ha solapado con la fallida investidura de Susana Díaz como presidenta andaluza, quisiera no perderme en el detalle, y obviaré, por tanto, las actitudes irresponsables de una sor que se dice «enamorada» de un presidente de la Generalitat catalana, al tiempo que se califica como «la monja cojonera, que incordia»; lo malo no es la monja, que se permite disgustar con sus 'pasadas' hasta al mismísimo Papa Francisco –que ya es crispar al muy paciente, admirable, Pontífice–; lo peor es el molt honorable, que sonríe ante la 'travesura' monjil, pensando que ello quizá le dé votos. Por eso mismo, voy a obviar si hubo o no beso, y cuánto de beso, entre los dos socialistas más conocidos de España en la antes mentada localidad sevillana, y hasta me guardaré para mí mismo ulteriores comentarios a los debates en la 'tele' autonómica madrileña, donde una candidata, que nunca debió serlo, llegó a lanzar acusaciones de favorecer a ETA contra otra candidata a la que algunos, que seguimos su trayectoria desde tiempo atrás, no nos queda sino respetar en su veteranía luchadora. Por cierto que esta última candidata hasta compartió con quien suscribe el muy relativo 'honor' de ser amenazada por la banda terrorista, ambos casi al mismo tiempo.
No puedo, por razones de espacio, ir mucho más allá en esto que he calificado de 'resumen de campaña' : me he encontrado con candidatos inéditos –para bien, pero también para mal–, con formaciones emergentes a las que nadie, en las localidades concretas, a la hora de los nombres concretos, conoce. He estado con viejos dinosaurios y con jóvenes cervatillos. Ha sido una campaña municipal y autonómica en la que, por la participación activísima en ella de los líderes nacionales, nadie diría que 'solamente' –comillas, por favor– se juegan presidencias autonómicas y alcaldías. El domingo se juega, en efecto, el futuro de nuestro país, primer acto. Así que permítame que le pida un favor: no se le ocurra, querido lector, dejar de ir a votar y dejar al menos su impronta en este proceso decisivo. Y no, yo tampoco sé –todavía– a quién diablos votar; es casi lo de menos.
Fernando Jáuregui