No se habla de otra cosa. Los pactos, como motor de la política nacional. Y ya se va viendo que la foto salida del 24-M con los resultados (victoria del PP en la suma de votos tanto autonómicos como municipales) va a terminar resultando muy distinta a la de los gobiernos territoriales, a resultas de los pactos que se están fraguando en los 8.122 ayuntamientos y las 13 Comunidades Autónomas en liza.
El primer gran condicionante de las conversaciones entre unos y otros es la perspectiva de las próximas elecciones generales. Los acuerdos que se alcancen en los próximos días vendrán a ser las primeras señales de humo de la gobernación nacional en la España de las cuatro esquinas. Con la misma fórmula: el mejor de cuatro (PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos) necesitará al menos a uno de los otros tres como compañero de viaje. Y con el mismo patrón de actuación: voluntad de gobernar o condicionar al que gobierne, afinidad programática y adaptación a las circunstancias de lugares y personas.
Hasta entonces el protagonismo es de los dos partidos de la izquierda: el instalado (PSOE) y el emergente (Podemos), afines en lo político y competidores en lo electoral. No solo porque la suma de ambos es mayoritaria en ocho de las trece autonomías. También porque los dos han manifestado voluntad de entenderse. Dicen no tener intención de hacer frentes contra nadie, pero lo cierto es que el gran perjudicado de esa convergencia sería el PP. Y es que el enemigo común une mucho.
Une tanto que se olvidan las antiguas querellas entre quienes ahora se entregan a estos ritos de apareamiento. El líder de Podemos, Pablo M. Iglesias, lo ponía de manifiesto hace unos días al recordar que Sánchez ya le llama y que los socialistas ya no hacen ascos a entenderse con partidos «populistas». Lo cual es cierto pero no es una novedad de hace tres o cuatro días. Ya durante la campaña se dejó de mirar a Podemos con cara de perro desde Ferraz. Entre otras cosas, porque en la nueva formación se habían cobijado muchos votantes socialistas y agredirla no era la mejor forma de recuperarlos.
El caso es que, aunque se exploren vías de entendimiento en razón de la afinidad política y programática, la pugna electoral se mantiene de cara a las próximas elecciones generales. Hasta entonces los dirigentes de Podemos seguirán ateniéndose a la idea de volver a levantar las banderas abandonabas por el PSOE. Y, por su parte, Pedro Sánchez seguirá aferrado al objetivo de ser primera fuerza de la izquierda, a fin de liderar el cambio que necesita España: regeneración de la vida política, frenazo al deterioro de los servicios públicos, reforma del sistema, creación de empleo de calidad, etc.
Más o menos lo que persigue Iglesias, aspirando también a obtener al menos un escaño más que el PSOE y hacer buena su estrategia de presentarse a los electores como la única alternativa creíble a Mariano Rajoy.
Antonio Casado