Sería un error considerar el reciente paso por Venezuela del expresidente del Gobierno, Felipe González, como una visita fallida en función de los objetivos perseguidos. Nada de eso. González no se ha ido de vacío en su viaje de vuelta a Bogotá, después de haber ejercido la santa paciencia frente al chaparrón de burdas e injuriosas descalificaciones que por tierra, mar y twitter le dedicó el oficialismo chavista durante sus dos días de estancia en Caracas. Tales como: «mafioso», «lobbysta», «oscuro ser», «jefe de paramilitares», «miserable fascista», «personaje repudiado en España» y otras lindezas.
Se me ocurren al menos dos logros endosables en el haber del histórico dirigente del PSOE. Por un lado, el milagro de haber estimulado a la oposición (Mesa de Unidad Democrática) – , teóricamente unida contra el régimen chavista pero lastrada por un problema de egos a la hora de poner en marcha iniciativas eficaces para la recuperación de las libertades en la llamada República Bolivariana de Venezuela.
Y por otro, que también es un segundo milagro, haber conseguido que las siglas del PP y el PSOE, centrales en el sistema político español, vayan juntas en la defensa de los derechos humanos y la causa de la democracia. Dicho sea en nombre de la marca España, que así tiene una ocasión de reconocerse. Y de los españoles en general, por supuesto, que así tienen la ocasión de enorgullecerse viendo el nombre de nuestro país asociado a la exaltación de los mencionados valores.
En este punto es destacable la discreta tarea del ministro García Margallo, ocupándose de la seguridad del ex presidente que, a diferencia de otros que no nombro, se embarcó en esta aventura internacional con la total anuencia del Gobierno de su país, al que ha tenido puntualmente informado de todos sus pasos, antes, durante y después del viaje. No solo eso. Es que, además de prestarle la cobertura diplomática que le ha prestado, el Gobierno Rajoy comparte con González el espíritu y la letra del llamamiento internacional ante la criminalización de los líderes opositores de Venezuela.
Ya advirtió González que no tenía la menor intención de vulnerar la legalidad del país, ni responder a las provocaciones. De modo que si no le permitían asesorar a la defensa letrada de López y Ledesma (dos de los dirigentes encarcelados) ni asistir al juicio del primero, cuya vista estaba prevista pera este miércoles y se ha vuelto a aplazar, no forzaría la situación.
Esa actitud solo puede explicarse por dos vías. Una, que había echado a la maleta los textos de los grandes pacifistas de la historia. Y dos, que estaba resuelto a no poner en riesgo los intereses de nuestras empresas, que tienen comprometidos allí más de 6.000 millones de dólares en inversiones. Lo cierto es que, sin poner la otra mejilla, el aguante de González deja a Maduro más débil y más aislado después de esta visita, de fuerte repercusión en medios políticos e informativos de todo el mundo.
Antonio Casado