lunes, noviembre 25, 2024
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La potestad de Podemos

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Cuando quedan escasas horas para la constitución de los ayuntamientos y centenares de ellos se encuentran aún sometidos a la incertidumbre de cómo, cuánto y por quién serán gobernados, son muchas las dudas razonables que a uno se le plantean sobre cómo va a ser el futuro de un país que reclamaba a gritos una reforma administrativa que se dijo que se haría y, de hecho, nunca se hizo hasta el extremo que convenía, y que solicita el auxilio de una seguridad jurídica y política que se le niegan. Y a uno le entran asimismo inquietudes acerca del comportamiento de una de las fuerzas emergentes, es decir, Podemos, y de una parte de las dos mayoritarias, es decir, el PSOE y el PP.

Por el contrario, me alegro de poder decir que Ciudadanos, lo mismo en Andalucía que en la Comunidad de Madrid, ha sabido cumplir digna y eficazmente un papel a favor de la gobernabilidad, de la estabilidad y del avance de los presupuestos de la democracia. Albert Rivera, cuyas vacilaciones y soledades en el mando he criticado muchas veces, se ha marcado un tanto, debo reconocerlo. A ver si cunde el ejemplo, en el que también han cooperado dos personas con buen instinto, talante y talento político: Cristina Cifuentes en Madrid (nótese que no digo el PP de Madrid) y Susana Díaz en Andalucía (notar que no digo el PSOE que se dirige desde Madrid).

Rajoy no se ha colocado a sí mismo aún en 'modo pacto'

Han sido muchas las veces que he dicho que, a mi modesto entender, el apriorismo de Pedro Sánchez negándose, porque sí, a pactar con el PP acabará mal para él: teniendo que reconocer que sí, que deberá en algún momento pactar con los 'populares'. O peor: empecinándose en el error y provocando un cataclismo. Y han sido numerosas las ocasiones en las que he repetido que, según mi sin duda pobre criterio, el inmovilismo de Mariano Rajoy en lo tocante a la evolución regeneracionista que le reclamaban las restantes fuerzas políticas casaba muy mal con sus proclamados deseos de llegar a acuerdos: Rajoy no se ha colocado a sí mismo aún en 'modo pacto', ni en 'modo conversar'. Y, así, no debe extrañarse si se encuentra, como dice en privado que se encuentra, muy solo. Otra cosa hubiese ocurrido si el PSOE y el PP hubiesen llegado a acuerdos concretos de investidura en puntos donde, como en Valencia -menudo espectáculo están dando allí todas las fuerzas políticas–, Aragón, Cádiz o Baleares, por poner unos pocos ejemplos, el horizonte se llena de nubarrones inestables.

Pero es Podemos la que más me preocupa: obviamente, está demostrando que no es, ni de lejos, una opción de gobierno. Parece el ejército de Pancho Villa, algo lógico si se considera la cantidad de acuerdos, coaliciones, formaciones, agrupaciones y tapaderas con las que ha concurrido a las elecciones del pasado 24 de mayo con tal de mostrar que, como tal formación, no concurría. Parecía una estrategia prudente hacerlo así, y sin duda lo hubiese sido si, ya en el dificilísimo período poselectoral, las huestes de Pablo Iglesias se hubiesen mostrado más disciplinadas y coherentes respecto a su política de pactos y a su propia política interna. No ha sido así, hasta el punto de que, en el momento más inoportuno, el 'sector crítico' más fuerte, el encabezado por Pablo Echenique, acaba de levantar bandera, impulsado quizá por sus propias ambiciones de poder. Temo que el personalismo de Iglesias le está impidiendo ver las ventajas de una acción colectiva, de una generosidad a la hora del pacto, de una amplitud de miras cuando se trata de la gobernabilidad del conjunto del Estado.

A Podemos le reconozco muchas cosas: es un gran catalizador del descontento de los ciudadanos y un gran acicate a favor de reformas. Pero ¿hacia dónde canalizar el descontento, de qué reformas hablamos concretamente y de qué Estado se quiere tratar y con quién? Pues eso.

Fernando Jáuregui

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