El próximo viernes se cumplirá un año de la proclamación de Felipe VI como Rey de España. Doce meses en los que el nuevo rey se ha aplicado en dar cumplimiento a la máxima de ganarse el puesto día a día, siendo fiel a la obligación de observar una conducta íntegra, honesta y transparente que él mismo se impuso en su discurso ante las Cortes y que la sociedad demandaba.
No fue un momento fácil. En sus últimos años de reinado, Juan Carlos I se vio afectado por un creciente deterioro físico y diversos sucesos difíciles de digerir para la ciudadanía, especialmente la imputación de su yerno Iñaki Urdangarín y de su propia hija Cristina, que a punto estuvieron de ensombrecer el legado excepcional de quien protagonizó el tránsito de la dictadura a la democracia y la defendió en su momento más difícil, el golpe de Estado del 23-F.
Consciente de la situación, acertó al abdicar en su hijo, quien a lo largo de este año ha podido no solo rejuvenecer sino renovar la institución y anclarla de nuevo a la exigencia de ejemplaridad que la sociedad demanda de ella.
Felipe VI ha sabido jugar sus cartas a favor de la concordia y el entendimiento entre los distintos pueblos de España, con constantes visitas a Cataluña
Felipe VI ha sabido interpretar el momento de cambio que atraviesa España y no solo se ha sumado sino que se ha puesto al frente, con decisiones como el establecimiento de un régimen de actuación e incompatibilidades para los miembros de la Casa Real, ahora limitados al desempeño de las tareas institucionales en exclusiva, la rendición de cuentas y el control de gastos por parte de la Intervención General del Estado o la reducción de las retribuciones del Rey, decisiones en línea con la conducta íntegra, honesta y transparente que se comprometió a observar, y que ha observado.
Dentro del limitado papel que le otorga la Constitución, Felipe VI también ha sabido jugar sus cartas a favor de la concordia y el entendimiento entre los distintos pueblos de España, con constantes visitas a Cataluña en plena ofensiva independentista, lo que sin duda ha ayudado a tender puentes hacia la sociedad catalana en un momento en que el Gobierno no ha sabido más que permanecer inmóvil, petrificado por su propia incapacidad para hallar soluciones a la deriva secesionista.
Y, sin duda, ha tenido la fortaleza de adoptar decisiones tan complejas desde el punto de vista institucional y personal como la reciente retirada del Ducado de Palma a la infanta Cristina quien, lamentablemente, a lo largo de este primer año de reinado de Felipe VI, no ha sabido dar voluntariamente el paso atrás de renunciar al título otorgado por su padre y facilitar así la tarea de recuperar la imagen de la Corona a su hermano.
Todo ello le ha valido el reconocimiento de la ciudadanía, que encuesta tras encuesta ha ido incrementando la valoración de la Corona en un momento en que las instituciones, todas ellas, están en el ojo del huracán de la sociedad.
Sí, Felipe VI ha sabido ejemplarizar desde su ejercicio como jefe de Estado en un momento de renovación de liderazgos y de cambio en el tablero político. He ahí la despedida de Alfredo Pérez Rubalcaba y la llegada de Pedro Sánchez a la Secretaría General del PSOE; o el paso atrás de Cayo Lara en Izquierda Unida y el ascenso de Alberto Garzón; o el anunciado abandono de Rosa Díez del liderazgo de UPyD tras los resultados cosechados en las últimas elecciones municipales y autonómicas; o la irrupción de Podemos y Ciudadanos como nuevos jugadores nacionales. Todos ellos movimientos de respuesta a una sociedad que demanda y promueve cambios.
Rajoy y el PP han caminado en sentido contrario a las exigencias de la ciudadanía
Cambios cuya ausencia explica, precisamente, la profunda crisis que atraviesa el Partido Popular, al que solo falta ya salir despedido del poder estatal tras haber perdido buena parte de su poder local y autonómico. Instalados en la autocomplacencia y en la negación de la realidad, Mariano Rajoy y el Partido Popular han caminado en sentido contrario a las exigencias de la ciudadanía, insensibles al aumento de la precariedad, la desigualdad y la pobreza causadas por sus políticas, esas que sus dirigentes, con Rajoy a la cabeza, llaman una y otra vez a profundizar. Insensibles a la exigencia de regeneración democrática, esa que deliberadamente han ignorado con especial desdén en comunidades como la madrileña o la valenciana.
Tras su tercera debacle electoral en un año, y tras la verificación el pasado fin de semana de la pérdida de amplísimas cotas del poder municipal ejercido con prepotencia y sin mesura a lo largo de esta legislatura, causa sonrojo escuchar las invectivas lanzadas por Rajoy contra la radicalidad del PSOE por haber cerrado pactos de gobierno con otras fuerzas políticas. Como si dialogar y acordar no constituyeran la esencia misma de un sistema democrático parlamentario como el nuestro. Como si hubiera algo más radical que imponer una política que sistemáticamente ha excluido y atacado los intereses del 90% de la población.
Yo, a diferencia de usted, presidente, extiendo mi felicitación a todos y cada uno de los concejales que han obtenido la confianza de los ciudadanos para representarles, también a los de su partido. Y a quienes han logrado las mayorías necesarias para gobernar sus municipios, también a los de su partido. Porque de eso trata la política democrática: de competir electoralmente para poder conformar gobiernos que aporten soluciones a la ciudadanía. Lástima que usted solo entienda como legítimos sus gobiernos y sus políticas y como estables, los gobiernos de su partido. Para estabilidad la otorgada por la mayoría absoluta del PP en Santiago de Compostela en la pasada legislatura, con tres alcaldes en cuatro años…
Otro ejemplo más de que no ha entendido nada.
P.D.: Mi más sentido y sincero homenaje a Pedro Zerolo, un amigo, un compañero, un soñador que con su pasión, dedicación y tesón contribuyó decididamente a hacer de España un país más igual, más digno, más decente. Mi cariño a Jesús y a toda su familia en un momento tan amargo.
José Blanco