No creo que la descalificación, el insulto o el ataque gratuito sean argumentos válidos para mostrar un punto de vista. Pero algo está ocurriendo porque todas esas cosas están presentes un día sí y otro también en las redes sociales y hasta en las columnas de los medios tras los resultados de los pactos y negociaciones en los municipios y las comunidades. Pero es que el margen que queda para la reflexión no da para mucho más en algunos casos: ahí están las barbaridades del ya dimitido Zapata (Madrid), las letras tatuadas en los nudillos formando la palabra ODIO en Josep Garganté concejal de La Colau (Barcelona), el siempre desagradable asalto, incluso para un agnóstico, de la capilla de la Universidad Complutense -sostenes fuera y al grito de «menos rosarios y mas bolas chinas»– que lideró Rita Maestre, la ahora portavoz del nuevo ayuntamiento de Madrid o los gritos que escucharon los concejales de UPN al salir del pleno: «ahora sí vais a necesitar escolta«. Y así podríamos seguir poniendo ejemplos seguramente anecdóticos para algunos pero inquitantes para otros. Todo es recuperable porque si ya hemos admitido que Pablo Iglesias boicoteará una conferencia de Rosa Díez en la Universidad -él puede decir lo que quiera, pero ahí están las imágenes-, no hay por qué pedir cuentas de nada a nadie.
No se trata ya de los alcaldes y las alcaldesas salidos de las negociaciones, ni tan siquiera de las confusas compañías que les rodean. Tampoco me parece muy preocupante la mayoría de las promesas hechas en campaña -la más famosa, tal vez, la del nuevo alcalde de Cádiz, José María González, más conocido como «Kichi» que anunciaba como objetivo de su mandato nada menos que la felicidad, así, como suena: os prometo la felicidad-. Y ha ganado, claro. Pero estos excesos pueden mitigarse cuando llegue el día a día y haya que decidir cómo gastar los presupuestos.
Lo preocupante para mí, es la implicación del PSOE en este batiburrillo que, se mire por donde se mire, no parece que pueda tener mucho recorrido una vez pasados las primeras alegrías. Lamentablemente desde una alcaldía resulta muy difícil cambiar el mundo aunque bueno es proponérselo siempre que sea por el camino del dialogo más que del odio. Y preocupa la implicación del PSOE porque estas cosas dejan huella y los posibles errores se terminan pagando siempre. Ya se ha puesto de relieve la contradicción de Sánchez justificando a Podemos mientras los chavistas arremeten contra un Felipe González valiente. Pero el problema de Sánchez es que quiere hacerse trampas en el solitario y en lugar de admitir que es su PSOE el que ha cambiado, se empeña en anunciar que quien ha cambiado es Podemos y basa su razonamiento en que ya no les llaman «casta». Con poco se conforma. Iglesias llamó tonto y subnormal al bueno de Carmona, pero eso, al parecer, no cuenta. No se sabe muy bien hacia dónde van los socialistas pero parece que han heredado el buenismo y la fatal inocencia de Zapatero; creen que van a cambiar a los que estas a su izquierda y no se dan cuenta que empiezan a desaparecer fagocitados por ellos. Izquierda Unida tiene los días contados y el PSOE, de seguir así, va a llegar en muy mal estado a las generales. Hay que saber con quién se juega uno los cuartos y que, como siempre se ha dicho, más vale perder una batalla para ganar la guerra.
Andrés Aberasturi