Los lectores españoles hemos perdido desde hace semanas la pista de Harry Eyres, columnista del Financial Times Weekend. Echamos de menos sus comentarios y artículos que aparecían todos los sábados en Slow Lane.
A menudo se refería a España pues conocía bien nuestra historia, nuestra lengua y los poetas españoles, desde Lorca (escribió dos artículos sobre ese concepto intraducible al inglés del ‘duende’) hasta Aleixandre. Para mí, está con pleno derecho en la tradición de los hispanistas anglosajones que se nutre de los más egregios y diversos autores. No sólo poetas, Auden o Spender, sino hombres de acción y escritores, como George Orwell o Arthur Koestler. Traductor y conocedor de Horacio, sus columnas estaban impregnadas de poesía y sentimiento. Eyres nos mostraba una visión del mundo, de la vida, de la compasión, de la música, de la naturaleza, poco comunes.
Para conocer nuestra historia de los dos últimos siglos, hasta que no tuvimos la traducción de los libros de Raymond Carr o de Gerald Brennan, con su Laberinto español, estuvimos huérfanos de autores objetivos, no sesgados, que era la costumbre en España, donde los historiadores de ambos bandos parecían limitarse a contar cadáveres. Aprendimos a ver la historia española de otra manera, sin patriotismo de derechas o de izquierdas (al fin y al cabo el patriotismo es una invención francesa) con otro talante más sosegado y menos doctrinario y maniqueo.
Hace meses comentó Eyres La velada de Benicarló, de Azaña, que es un libro que resume perfectamente la tragedia de la guerra civil pues evocaba en su artículo el dilema de todas esas personas liberales que fueron arrastradas en el sangriento torbellino español.
La columna de Eyres siempre era refrescante e inspiradora. Era un exponente de esa complejidad británica, ese espíritu despierto de los críticos –amables, no invasivos ni arrogantes- que aprecian a los clásicos, pero también están alertas a las novedades culturales y que conservan un humanismo tolerante.
La mirada del otro es siempre importante, tanto para bien como para mal. Ese afán de autodenigrarnos tan extendido, y la manía antiespañola frecuente en políticos catalanes (Trías, Mas y Rahola, unos adalides –hay más- de la hispanofobia primaria), queda afortunadamente contrastada con otra visión, la más generosa, amplia e ilustrada, de los hispanistas extranjeros.
Su presencia en el Financial Times era un contrapunto a tantas páginas dedicadas en ese excelente diario a la economía y a estilos de vida inalcanzables, de consumo caro, como el How to spend it (Cómo gastarlo). Es curioso que en un periódico de este calibre desaparezca un columnista sin explicación ni despedida alguna. Esperemos que siga escribiendo. Ahora, rastreando por la red, parece que escribe, no sé con qué frecuencia, en el Newsweek edición europea.
Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye