Al comprar un coche usado no hay que dejarse engañar por la chapa y la pintura; tampoco por el pulido de las llantas o los neumáticos brillantes de cera. Lo importante no se percibe a simple vista. El motor, los frenos, la suspensión y la caja de cambios requieren rodaje para demostrar su idoneidad.
Mariano Rajoy no es capaz de cambiar el motor del PP porque su estado natural es la indolencia del estatismo. Se fía de lo que es y de lo que tiene, independientemente de que se enciendan los testigos de los mecanismos vitales de la maquinaria del partido y del gobierno. Se limita a mandar el partido al chapista, para que le pase la mano y pueda vender mejor una mercancía inalterable. No hay reformas sino remedos.
Las dos estrellas del cambio estético del PP son Jorge Moragas y Pablo Casado. El jefe del gabinete personal del presidente es un hombre en la sombra, discreto, diplomático en excedencia, moderno -mochila, casco y scooter urbano- y leal a los secretos que le confieren su cargo.
Pablo Casado es típico producto de nuevas generaciones. Excelente currículum académico y ninguna experiencia profesional. Nació en la política y a ella se debe. Creció a la derecha de José María Aznar, a quien idolatra. Facilidad de palabra que le convierte en un vendedor ambulante de mensajes aprendidos. Intelectual del eslogan y la frase hecha. Un clon de Esperanza Aguirre de quién aprendió la suficiencia de quien no puede admitir ni entender que alguien discuta su razón o cuestione su discurso. Tiene la verdad revelada.
Claramente de derechas, con un discurso clásico anticomunista, con ese desparpajo para meter en un saco a la «izquierda radical». Si por él fuera, la izquierda no existiría porque la considera perniciosa e innecesaria.
A Jorge Moragas, Mariano Rajoy le ha dado las llaves del laboratorio para que muña la receta de la remontada electoral en el universo de pesimismo que envuelve al PP después de las elecciones municipales.
El verbo florido y artificioso de Pablo Casado es el vehículo de propaganda para invertir la tendencia de un cansino Carlos Floriano o de un intempestivo y torpe Rafael Hernando. Pablo Casado hablar tan de corrido como un repentista de décimas que tiene que empalmar un verso con el siguiente sin importar más que la rima. El contenido es un vademécum de tópicos que se ha aprendido igual que la lista de los reyes godos.
Con este bagaje, sin permutas de gobierno, pretende Mariano Rajoy dar por zanjados los cambios que a regañadientes comprometió días después de las elecciones municipales.
Como siempre, el presidente achaca sus males a problemas de comunicación. Hay que especificar que la comunicación se concibe en el Partido Popular como una fabricación en cadena. Los gurús crean los argumentarios. Una suerte de tópicos encadenados para lanzar un mensaje o combatir una crítica. Lo reciben los cuadros del partido. Reaccionan como una maquina parlante a la que les echas un euro y te diagnostican el futuro. También lo reciben los periodistas de guardia del partido. Repetirán los mensajes en tertulias y artículos sin que se permitan la licencia de un adorno. El argumentarlo es el Corán instantáneo de los dirigentes y periodistas del PP que recitan en los momentos de oración con cadencia que termina por ser cansina.
La autocrítica es una práctica inexistente en el Partido Popular. El día que se oiga a un dirigente de este partido reconocer un error, será un mensaje metafísico del final del partido.
Ahora a Moragas le toca cocinar y a Casado buscar hueco en las plazas públicas. No calla, como los antiguos vendedores ambulantes. Como ellos quiere colocar una olla exprés a quien buscaba un par de medias. Ahora es más difícil que antes porque la peña maneja mucha información. Pero no importa, seguirán queriendo vender su coche usado aunque por dentro no funcione. La chapa y la pintura están remozadas.
Carlos Carnicero