Bueno, Pedro Sánchez ya nos ha anunciado algunas cosas, comenzando por mostrar que va en serio a por el principal despacho en La Moncloa. Se aguardan, en el otro campo, más mensajes de Rajoy: la 'remodelación' en su partido, el Popular, ha dado de sí algunos titulares, muchísimas entrevistas a los 'nuevos', que son simpáticos y telegénicos y radiofónicos, pero que están constreñidos a la hora de expresarse por las limitaciones que imponen los silencios del 'jefe'. Rajoy dijo la semana pasada cosas importantes: que ha comprobado el hartazgo de la gente, que no se le tiene simpatía (bueno, no lo dijo así, pero seguro que lo ratifica viendo que en las encuestas solamente le gana en impopularidad María Dolores de Cospedal, a la que acaba de ratificar en el puesto, aunque recortando sus poderes y su voz). Contratando a simpáticos en las segundas filas del partido se puede ayudar a difundir el mensaje, pero ¿cuál mensaje? En esas estamos.
Ahora sí que empieza el gran duelo al sol. Entre Rajoy y Sánchez, salvo sorpresas procedentes de Ciudadanos, y de ningún otro sitio más que de Ciudadanos. Ya está claro lo que ocurrirá en la constitución de los gobiernos autonómicos en los próximos días (buena noticia la de Cristina Cifuentes presidenta de la Comunidad de Madrid: es la esperanza regeneradora del PP), ya hemos comprobado cómo se las gastan en algunos de los 'nuevos' ayuntamientos, ya hemos visto que, efectivamente, la división de derechas e izquierdas es algo más que una cuestión del color y textura de las corbatas, como decía Pompidou. Se han radicalizado los mensajes casi al máximo, se han hecho todas las 'boutades' posibles, se han efectuado declaraciones demonizando los unos a los otros, los otros a los unos. Es la hora de construir algo más que un mensaje de 140 caracteres en Twitter, sobre todo cuando se trata de mensajes necios. Es la hora, aunque parezca imposible, de acercar las 'derechas' y las 'izquierdas', de acabar de una vez con las dos Españas.
De todo lo que avizoro en el panorama de la política nacional, lo que más me preocupa no es la aparente falta de formación de Sánchez (lo que me parece una acusación injusta procedente del PP), ni la aparente molicie de Rajoy (lo que es una demasía procedente del PSOE). Lo más inquietante, a mi juicio, es la falta de sintonía de uno y otro a la hora de construir un país, a la hora de la regeneración de una democracia que se nos queda legal y realmente caduca. Como contribuyente y votante, más que como periodista, tengo derecho a saber de qué hablaron los dos en su almuerzo lleno de sombras y secretos en La Moncloa. ¿O es que no es cuestión mía saber cómo van a afrontar los planes locos de Artur Mas, la tan demandada reforma constitucional y de la normativa electoral? Y ya que estamos: ¿es que somos unos incapaces a los que hay que hurtar los cambios que el señor presidente piense o no introducir en el Gobierno?. Y yendo algo más allá: ¿tanto le costaría a Rajoy dar su brazo a torcer y decir que sí, que el PP que preside de manera omnímoda -ya lo ha demostrado la semana pasada va a estudiar el desbloqueo de las candidaturas, la limitación de mandatos, las primarias obligatorias, una reforma pactada de las normas electorales, una reforma consensuada de la Administración?
Hay que pedirle a Rajoy, haciendo extensiva la petición a Sánchez, aunque sus responsabilidades en ello sean menores, que acabe dignamente la Legislatura, dejando algunos cimientos para construir cosas en la próxima, que se iniciará, se supone, allá por diciembre. Porque no cabe otro remedio: la próxima Legislatura será la de los grandes -enormes- cambios y Rajoy (vale, y también Sánchez) nos tendrá que convencer de que está preparado para afrontar esos cambios, no solamente porque estén urgidos por Albert Rivera y, desde otro prisma más lejano, por las gentes de Podemos, cuya influencia tengo para mí que va decreciendo: ni siquiera a los willytoledos de este mundo les pueden gustar esos 'tuits' insultantes, ese cambio unilateral del retrato del Rey en el salón de plenos de un Ayuntamiento para sustituirlo por el de un anarquista. Y todavía estoy por escuchar una voz de condena procedente de las filas de Pablo Iglesias a ciertas pasadas -de acuerdo: anecdóticas- a las que la población ha asistido atónita en las últimas dos semanas. O de crítica a las tesis de Varoufakis, por poner otro ejemplo.
Pero ya digo que Iglesias, que, de acuerdo, es necesario para acelerar las transformaciones del país y encauzar el cabreo de los ciudadanos, va a pintar cada vez menos en la carrera pura y dura hacia Moncloa, en mi humilde opinión. Y esa es la carrera, apasionante, que ahora se abre ante nosotros. Comprenderá usted que el hecho de que el presidente sustituya o no al ministro Wert, que es de lo que se habla en los cenáculos más insustanciales, es ahora lo de menos.
Fernando Jáuregui