Decía Ortega en «La rebelión de las masas» que «en los motines que la escasez provoca, suelen las masas populares buscar pan y el medio que emplean suele ser destruir las panaderías». Ahora, en defensa de la libertad ideológica que algunos pregonan, a éstos no les preocupa insultar o destruir la libertad de los demás. Sólo determinados actos políticos deben tener consecuencias. Toda la polémica de los nuevos concejales del Ayuntamiento de Madrid -defendidos a ultranza por la alcaldesa, aprovechando que todavía tiene íntegro su capital ético y que aparenta no tener ningún interés partidista, lo que le da un aura de superioridad- se basa en una falacia: este equipo de gobierno no es como los anteriores, no responde a intereses corruptos y es del pueblo y para el pueblo. Y, por ahora, sin haber hecho nada que lo avale.
Dice José Antonio Marina que «la generación tuit es comunicativa, impulsiva, asertiva y poco argumentadora. Prefiere el eslogan al razonamiento, la consigna a la explicación, el elogio o el insulto al argumento». No es excesivamente preocupante cuando estamos hablando de comunicarse entre amigos, de una charla de café o de tomarse unas copas. Ni Twitter ni Facebook son canales de comunicación que tengan nada malo en su concepción. El problema es cuando los que los usan, manifiestan lo que piensan, no calibran sus consecuencias y son profesores de Universidad o aspiran -y lo consiguen- a ser representantes de los ciudadanos. Y que cuando son «pillados», se escabullen y no aceptan las consecuencias de sus actos. No se puede reclamar a los demás que asuman las responsabilidades políticas de sus actos y no aceptar las propias.
Esa gente que demuestra que no es capaz de manejarse con respeto a las personas en Twitter o en Facebook, no está capacitada para dirigir nada que sea público, es decir de todos los ciudadanos, sea una concejalía o una junta de distrito. Quien es capaz de entrar en una capilla e insultar y agredir a los que están rezando en ella, igual que si fuera en un centro cívico o en la sede de un partido, y, además, miente al negarlo, cuando hay grabaciones que lo demuestran, tampoco puede ser la portavoz de un Ayuntamiento como el de Madrid, ni ser respaldada por su alcaldesa.
Los adalides de la «joven y nueva política», si quieren llegar a algún sitio, tienen que estar cargados de argumentos sólidos y de respuestas efectivas para acabar con los problemas que ha creado la vieja política. Tienen que demostrar que tienen medidas y medios para aplicarlas, que son capaces de gestionar. Pero también deben tener gestos que demuestren que quieren ser diferentes de los anteriores. Que van a ser intolerantes con los comportamientos indeseables y que van a limpiar la política de quien no merece estar en ella, incluso si son de sus filas. No hay que confundir los cien días de gracias al que llega al poder con cien días de ocurrencias o de incongruencias.
Francisco Muro de Iscar