Quizás por tantos años de nacionalcatolicismo, quien sabe si por tantas reposiciones de las mismas películas durante las fiestas de Navidades y Semana Santa o, simplemente, porque en el fondo de determinadas personas anida el virus del adanismo, hay una cierta tendencia en la política patria a encontrarse con un tipo específico de político, el rendentor, para el cual todo se reduce a una disyuntiva: o él o el caos.
Lejos de haberla superado con el proceso de maduración democrática, en los últimos tiempos nos hemos vuelto a encontrar tres nuevos ejemplos de ello.
Para Mariano Rajoy, todo se reduce a un relato de buenos y malos españoles. Sobra decir que los primeros son los votantes de su partido y los segundos, todos los demás que por mala fe, desconocimiento o porque aún no han descubierto la luz de la fe verdadera que propaga desde Génova, o no quieren lo mejor para España o aún no han descubierto el único camino hacia la salvación: el suyo.
Un camino lleno de sacrificios, de reformas laborales y recortes salariales porque hemos tenido derechos por encima de nuestras posibilidades, de recortes educativos y sanitarios porque nos hemos formado y enfermado también por encima de nuestras posibilidades, de recortes en pensiones y en dependencia porque nos hemos hecho igualmente mayores por encima de nuestras posibilidades. Sí, la tierra prometida está al final de un largo camino de precariedad, pero quién alcanza el paraíso sin purgar los pecados cometidos…
El llamamiento de la pasada semana, cuando anunció los nombres de los nuevos vicarios de la remozada iglesia popular, es la muestra evidente de lo dicho, al dirigir su homilía contra esos españoles descarriados que “sin habernos votado nunca, van a caer en la cuenta de qué es lo que de verdad nos conviene a todos los españoles”. La política como revelación, la austeridad como dogma. El paraíso (económico) soy yo.
Si bien desde postulados ideológicos diferentes, Pablo Iglesias incide en los mismos planteamientos de Rajoy al pretender redimir a los buenos ciudadanos de la opresión de una élite que los ha engañado y saqueado. Los de abajo contra los de arriba. El pablo, perdón, el pueblo contra la casta.
En la casta no hay distingos: da igual si unos han creado el sistema educativo público y otros lo han laminado, si unos han erigido el sistema sanitario público y otros lo han desmontado, si unos han creado el sistema de dependencia y otros lo han abolido, si unos han expandido los derechos y libertades ciudadanas y otros los han amenazado.
Eso sí, hay que ser comprensivos si se hacen chascarrillos sobre el exterminio en los campos de concentración nazis o si se banaliza sobre la tortura y la muerte de un dirigente político o si el imputado es de la casa. Le llaman nueva política.
La casta, por supuesto, son todos los rivales políticos, pero incluso también los sectores aliados laterales. A fin de cuentas, la confluencia está muy bien si todo confluye hacia el núcleo irradiador y quien lo personifica. El paraíso (social) soy yo.
La luz redentora también ha iluminado a Artur Mas, en su caso la luz de la redención nacional. Incapaz de justificar lo injustificable –un desafío independentista nunca explicitado en ningún programa político votado por los ciudadanos de Cataluña– se ha envuelto en la bandera catalana convirtiendo los ataques hacia sus errores en ataques a Cataluña en una huida hacia adelante en la que se ha permitido pisotear los principios democráticos más elementales y ha intentado voltear el marco legal por medio de subterfugios, convocando una pseudoconsulta sin garantías jurídicas ni controles democráticos y socavando la convivencia de una sociedad que siempre había sido ejemplo de pluralidad y tolerancia para el resto de España.
El colmo del absurdo lo hemos vivido en los últimos días cuando, en medio de llamamientos a la unidad de acción, ha roto la federación que unía a Convergencia con Unió. El paraíso (nacional) soy yo.
Demasiados redentores sueltos dividiendo a la sociedad cuando lo que necesitan los ciudadanos no es que nadie les redima, sino alguien que gobierne con sensatez, honradez y visión de futuro, uniendo y sumando esfuerzos para lograr que este país sea cada día un poco mejor y más justo. De eso habló Pedro Sánchez este fin de semana en su proclamación como candidato a la Presidencia del Gobierno, de unidad, de centralidad, de moderación, de valores, de ambición, de liderar un proyecto de cambio para el país valiente y constructivo que haga que España vuelva a funcionar para todos. Para todos.
Menos paraísos y más política.
P.D.: Una vez que el Papa ha identificado el cambio climático como uno de los grandes problemas de nuestro tiempo y ha llamado a una acción urgente para combatirlo, me pregunto a quién hará caso Rajoy, si al Papa o a su primo.
José Blanco