El nuevo vicesecretario del PP, Pablo Casado, se estrenó este fin de semana con una ocurrencia al hilo de la proclamación de Pedro Sánchez como aspirante oficial del PSOE a la Moncloa. Dice Casado que, una vez anunciado el candidato socialista a la Presidencia del Gobierno, solo falta anunciar si el candidato de la coalición PSOE-Podemos también será él o, por el contrario, le cederá el privilegio a Pablo M. Iglesias.
La humorada de Casado es coherente con el discurso del PP. Viene a clavetear la campaña del Gobierno y de Génova contra la supuesta radicalización de Pedro Sánchez que, como es sabido, ha facilitado directa o indirectamente el acceso de la izquierda alternativa -izquierda gamberra, según ciertos sectores del pensamiento conservador- a gobiernos de grandes ayuntamientos españoles.
La enormidad de la acusación, que consiste en denunciar el presunto alejamiento del PSOE del centro político, donde se ganan las elecciones, solo es comparable al tamaño de la bandera nacional que decoró el acto de presentación en sociedad del candidato socialista a la Moncloa. Dicho de otro modo: la exagerada acusación del PP (el PSOE se desliza hacia la extrema izquierda) solo es equiparable al exagerado interés del líder socialista por desmentirlo. En todo caso, el tamaño de la bandera es la metáfora del desmentido.
Pero hubo mucho más en la música y la letra del acto, que se llevó a cabo en el teatro «Circo Price» de Madrid el domingo pasado. Ciertos pasajes del discurso del secretario general no dejan lugar a dudas. Por ejemplo, cuando pone negro sobre blanco que su proyecto es el de la moderación. Y por si había dudas: «La única revolución que necesita España es la del diálogo, el respeto y la tolerancia». Todo ello al servicio de un objetivo: liderar el cambio, centrándose en la lucha contra el paro y la corrupción. Con garantías de «seguridad y realismo». Desde la centralidad de un partido vertebrador y de izquierdas que se reconoce en el legado de sus antecesores.
A saber: «Quienes nos precedieron en el PSOE mantuvieron celosamente la autonomía de nuestro proyecto, nunca lo subordinaron a otra fuerza que no fuese la voluntad de nuestro pueblo, ni a otro interés que no fuera el de la clase media y trabajadora. Nosotros mantendremos la autonomía de nuestro partido para entregarlo a las siguientes generaciones tan libre como lo recibimos de vosotros», dijo en presencia de los anteriores secretarios generales (excepto Felipe González, de viaje a Brasil).
Haría falta mucha imaginación para detectar en ese discurso las veleidades revolucionarias que Pablo Casado y los suyos le atribuyen en el precalentamiento de las elecciones generales. Más bien suena a reiteración del consabido catecismo socialdemócrata. El que declara compatibles mercado y democracia. Sánchez se limitó a recitarlo.
Antonio Casado