En las últimas horas, los atentados yihadistas sincronizados en Francia, Túnez y Kuwait y las noticias de la ruptura de las negociaciones del Eurogrupo con Grecia, que coloca a este país en las puertas de la bancarrota y de la salida del Euro, han hecho saltar las alarmas de las redacciones informativas. Un final de semana apasionante en donde las dos noticias pugnaban por ocupar las primeras páginas de los diarios de todo el mundo.
La historia está llena de ejemplos en donde graves acontecimientos sin aparente conexión se han sincronizado para producir resultados devastadores. Y, en casi todos los casos, la falta de respuestas inteligentes y decididas han motivado escaladas imparables.
El yihadismo es una amenaza de primer nivel. Por primera vez es algo más que ataques terroristas para echar pulsos a los «países infieles» y a las potencias occidentales. Disponen de al menos dos estados con organización propia, recursos, bases de entrenamiento y lugares de concentración a donde acuden voluntarios de muchos países, entre ellos europeos. Disponen de financiación y controlan recursos naturales.
Libia se ha convertido de facto en una filial del Estado Islámico. Con ingentes recursos financieros, lo que era un estado fallido se ha convertido en una base de reclutamiento y entrenamiento del Estado Islámico. Libia tiene fronteras con Túnez, Argelia, Níger, Chad, Egipto y Sudán. No es difícil comprobar que todos esos países tienen en común el establecimiento de terrorismo yihadista. Más abajo está Mali, y muchos de estos países forman parte de lo que geográficamente se llama El Sahel, un basto territorio que separa el desierto del Sahara del África subsahariana. Estos inhóspitos territorios están controlados por bandas yihadistas que colaboran con Al Qaeda y probablemente, ahora con el Estado Islámico. En los últimos años, decenas de occidentales que se han aventurado en estos territorios han sido secuestrados y se han pagado jugosos rescates por su libertad lo que constituye un renglón fundamental de la financiación de estos grupos terroristas.
Puede parecer recurrente hacer inventario de los errores cometidos por Estados Unidos y sus aliados europeos. Desde la invasión de Irak que sirvió exclusivamente para derrocar a un dictador sin conexiones con el yihadismo, sino todo lo contrario, y para establecer el caos en un punto crucial de las relaciones en esa zona del mundo. La apuesta inicial por el derrocamiento del dictador Bashar Hafez al-Assad ha derivado en la potenciación de un ejercito yihadista. Quizá el caso de mayor estupidez no confesada sea el de Libia. De repente, Muammar El Gaddafi, el amigo generoso de muchos mandatarios europeos, se constituyó en problema prioritario. Las implicaciones investigadas sobre las donaciones clandestinas de Gaddafi a Sarkozy fueron uno de los detonantes de las operaciones militares para derrocar a Gaddafi. Su linchamiento no impedido por nadie silenció para siempre los secretos del dictador libio con sus amigos de Occidente.
Ahora Libia es un estado fallido pero manejado en gran parte de su rico territorio por El Califato. Hace tiempo que los servicios de inteligencia españoles manejan información sobre Libia como paraíso de reclutamiento y entrenamiento de yihadistas que parten a las zonas de guerra entre Irak, Siria y Turquía. No hay autocrítica, pero si inacción, con la excepción de ataque selectivos de Estados Unidos para abatir a dirigentes islamistas.
Libia es un estado fallido pero manejado en gran parte de su rico territorio por El Califato
Ni Estados Unidos ni sus aliados árabes y europeos han demostrado tener un plan eficaz para hacer frente a estas amenazas. La coalición internacional que bombardea las posiciones del Califato ha demostrado su división y su ineficacia. Y de Libia apenas se habla. Tal vez porque ponerla en primer plano sería dar actualidad a la increíble torpeza europea y norteamericana en este país.
Solo ha habido una resultante positiva de tantos errores cometidos. El deshielo entre Estados Unidos e Irán ante la constancia de que no se podía tener tantos enemigos y había que entenderse, una vez más, con los enemigos de sus enemigos.
Mientras tanto, la Unión Europea se enfrenta a la mayor crisis desde su fundación. La ruptura de las negociaciones con Grecia y el peligro inminente de la quiebra de este país y su salida del Euro, hace inevitable una pregunta inquietante. ¿Cómo es posible que un pequeño país que solo tiene once millones de habitantes y su economía poco más del 2% del PIB de la Eurozona se haya convertido en una amenaza para la supervivencia del propio proyecto europeo?
El directorio que gobierna la Unión Europea estableció que no se admitían precedentes que dejaran sin castigo a los insumisos financieros. También se estableció que los griegos respondieran de los graves errores de sus anteriores gobernantes. Incluso desde Grecia se recordó que las deudas alemanas derivadas de la II Guerra Mundial no se podían cargar sobre los alemanes que sobrevivieron al III Reich.
Los líderes europeos, acompañados por el FMI, no han disimulado su prepotencia para establecer la prioridad de los principios de corresponsabilidad financiera con la dramática situación de Grecia. Un problema que era puramente financiero y contable se ha convertido en una amenaza para la Unión Europea en su conjunto. No preocupa tanto el establecimiento de un precedente que rompa el mantra de que al Euro se accede pero no se sale. La deriva de una gravísima crisis social en Grecia, en donde el populismo fascista en una amenaza parlamentaria real, no ha importado tanto como el mantenimiento del dogma del cumplimiento de los acuerdos.
Nos piden que nos fiemos de los mecanismos de control financieros para evitar el contagio del derrumbe griego. ¿Quienes controlan la economía mundial, por fin han aprendido de los errores y de la falta de control sobre el sistema financiero de las anteriores crisis? ¿Estamos seguros de que los cortafuegos funcionarán en esta ocasión?
Si lo que preocupa es la imagen de debilidad ante la insumisión griega, no deberían medir su importancia frente a una crisis para los países periféricos que puede desencadenar un efecto dominó y, sobre todo, la ruptura de la confianza sobre la Unión Europea misma.
Europa tiene además otros frentes abiertos. La montaña creciente de la inmigración descontrolada y sus derivadas crisis humanitarias. Y, claro, las tensiones crecientes con Rusia en un mundo multipolar en el que ya no hay poderes hegemónicos y en donde la política exterior de la Unión Europea carece de unidad y eficacia.
Podrá pensarse al leer este artículo que se han metido en un mismo cesto peras y manzanas. Así es, pero en el contagio por corrupción las especies frutales no entienden de diferencias.
Carlos Carnicero