Europa se ha acostumbrado a vivir en el filo de la navaja, acelerando la máquina hasta tal punto que a veces cuesta imaginar que el coche no vaya a despeñarse por esos abismos que, siempre a última hora, se evitan con un frenazo o cambio de rumbo en tiempo de descuento. Si habláramos en términos futbolísticos, Europa se ha abonado estos años a la suerte de los penalties. Y ya se sabe que estos los carga el diablo.
En estos últimos años, nos hemos habituado a llegar casi sin aliento al final de cada cumbre europea, estando como ha estado a punto de descarrilar en más de una ocasión un símbolo de nuestra integración pero, sobre todo, de nuestra voluntad política como la moneda única.
Con todas las críticas y reproches que quieran honesta y justamente hacérsele -y son muchas, especialmente el empecinamiento en una política de mal llamada austeridad por pura imposición ideológica que nos ha convertido en la zona económica del mundo donde el impacto sobre el empleo ha sido más elevado y persistente, con costes inasumibles en materia de desempleo, desigualdad y pobreza-, hay que reconocer sin embargo que Europa también ha dado pasos de gigante a lo largo de estos largos años de combate contra la crisis, dotándose de instrumentos que han ido corrigiendo los fallos de diseño institucional de la Unión.
A este respecto, el último año ha sido propicio a esos cambios. Tras la pérdida de peso de la mayoría conservadora en las pasadas elecciones europeas y el aumento de la influencia de la familia socialdemócrata, Europa ha impulsado una revisión completa de la política fiscal con la nueva Comisión.
De una parte, se ha aprobado un plan de inversión, el Plan Juncker, por un importe superior a los 315.000 millones de euros, con el objetivo de promover inversiones estratégicas capaces de generar actividad y empleo y animar la inversión en países que han visto cómo se desplomaba en estos años. De otra parte, se ha impulsado una revisión de la aplicación del Pacto de Estabilidad y Crecimiento que, entre otros aspectos, relaja las exigencias de déficit y, en determinadas circunstancias, excluye de su cálculo las inversiones cofinanciadas por la UE, lo cual reduce las constricciones y aumenta los recursos para expandir la demanda y avanzar en la salida de la crisis.
Asimismo, y con el escándalo Luxleaks de fondo, se están dando pasos en la armonización fiscal en el seno de la Unión con propuestas para avanzar en la homologación de la base imponible del impuesto de sociedades y para evitar los acuerdos que han permitido a centenares de multinacionales beneficiarse de esquemas fiscales ad hoc que han evitado el pago de impuestos más necesarios que nunca ante las dificultades que atraviesan las haciendas públicas.
Además, en los últimos días se han conocido las propuestas contenidas en el informe de los cinco presidentes para completar la Unión Económica y Monetaria, propuestas ambiciosas como la introducción de un Sistema Europeo de Garantía de Depósitos, la creación de un futuro Tesoro de la zona euro o el establecimiento de la función común de estabilización macroeconómica, aunque lamentablemente haya desaparecido la referencia a un seguro de desempleo europeo.
Sí, se han dado pasos importantes. Pero una vez más la crisis griega amenaza con dejar a Europa a la intemperie.
Sinceramente, a estas alturas del partido, con las puertas de las entidades financieras cerradas por miedo a un pánico bancario y con el corralito instalado en las calles griegas, lo que menos me preocupa es el reparto de culpas y lo que más, el hallazgo de soluciones.
Sí, se han dado pasos importantes. Pero una vez más la crisis griega amenaza con dejar a Europa a la interperie
Sí, las políticas impuestas por la troika a Grecia han hundido al país, haciéndole perder un 25% de su PIB, disparando su deuda hasta el 180% del PIB, duplicando la pobreza infantil y provocando, justamente, que el país tenga hoy menos capacidad que en 2010 de pagar su deuda.
Pero haber actuado con deslealtad y prepotencia como lo ha hecho el Gobierno griego, buscando el conflicto en las negociaciones con los socios europeos -lo que ha generado una fuga de capitales del 35% del PIB griego desde que asumió el poder- y convocando un referéndum en contra de los socios sin dar oportunidad a concluir las negociaciones cuando el acuerdo era factible vistas las propuestas que estaban encima de la mesa no ha hecho sino añadir gasolina al fuego y desencadenar el peor escenario posible: un corralito con una Grecia a la intemperie, fuera del programa de rescate que permite al Estado avalar a sus bancos para acceder a la línea de emergencia del BCE.
Tsipras ha llevado a Grecia a una situación límite: si gana el sí, quizás se podría firmar la prórroga del rescate, pero se abriría una crisis política con un Gobierno derrotado y, probablemente, forzado a convocar elecciones. Si gana el no, como defiende el Gobierno, la suerte estará echada.
Urge, por tanto, poner freno al despropósito y reconducir la situación. Lo necesitamos para no dar más carnaza a los movimientos extremistas y eurófobos en ascenso a lo largo y ancho de Europa. Lo necesitamos para no dar al traste con las expectativas de recuperación económica. Lo necesitamos para que la ciudadanía griega no se vea abocada a mayores sufrimientos. Y lo necesitamos para no tirar por la borda la confianza en la moneda única y en el proyecto europeo.
Esta crisis va camino de romper todos los tabúes. No permitamos que caiga el último de ellos -la salida del euro-, porque no sabemos qué puertas de qué abismos podrían abrirse.
Hagan lo que tengan que hacer y háganlo ya.
P.D.: “El cambio en Grecia se llama Syriza, en España se llama Podemos. La esperanza llega. Hasta la victoria Syriza-Podemos”. Pablo Iglesias dixit. Si alguien duda de la posibilidad de contagio, que recuerde la foto de Iglesias con Tsipras ligando el futuro de ambos países.
José Blanco