lunes, noviembre 25, 2024
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De Uber u otros corporativismos

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Creíamos que el Estado corporativo acabó cuando acabó el fascismo italiano, el salzarismo luso y cuando se disolvieron en España los sindicatos verticales. El corporativismo era la forma ancestral de organización de las clases obreras que la socialdemocracia aboliría. Pues no ha acabado sino que, al revés, la sociedad se ha bloqueado aun más.

El corporativismo encubierto sigue existiendo aunque no ose decir su nombre. Son los colegios y organizaciones profesionales, los empleados con contratos fijos que son una especie de corporación, resistente a cualquier cambio y defendida por los sindicatos CCOO y UGT, los empleados de los transportes y servicios públicos, como ferrocarriles y líneas aéreas. A los desempleados, a los de los contratos precarios, a las empleadas del hogar, a los de 500 euros mensuales, a esos que los zurzan.

Hasta el sistema de convalidaciones de títulos extranjeros –a veces de profesionales con mejor formación- está blindado por un falso examen de calidad, por unas barreras corporativas, proteccionistas.

Pero como siempre, la desmesura nos llega siempre de Francia, que es el país con más vocación de irredentismo. El mayor ejemplo es el de los taxistas parisinos que además de generalmente antipáticos (he vivido ocho años en París y los mejores eran –ya no quedan, jubilados- los de origen de Kabilia) son los más conservadores, corporativistas y violentos de Europa. Otros no les van a la zaga. Y vuelcan coches, aporrean a otros conductores, en fin el boulangismo –aquel derechismo del General Boulanger- y el vichysmo –del otro general, Pétain- tan franceses que vuelve a remontar a la superficie con cualquier pretexto desregulador del Estado. Francia lo que mejor ha inventado, más que filosofía o ciencia, ha sido el concepto de sublevación, de revuelta.

Los taxistas gozan en todas partes de inmunidad y pocos policías se atreven a llevarles la contraria, aunque ellos se siente perseguidos por la policía, por el Ayuntamiento y por todos. Paran donde quieren, cortan a los autobuses en los cruces, no ayudan a una abuela o abuelo a salir (no es su trabajo, ellos están para conducir, no para ayudar a un cliente). A mi padre, enfermo con diálisis, a veces lo trataban con displicencia y se impacientaban cuando tardaba en salir del taxi (lo que dados los diseños aerodinámicos es cada vez más difícil para personas mayores, salvo en un Seat Altea o un Dacia Logsy, más adecuado para nuestra población cada vez más mayor).

Los corporativistas defienden sus privilegios con tesón y como sea, como los gremios medievales. Todo lo que sea intentar abrir la sociedad, la economía (no los despidos que tanto gustan; sino simplemente simplificar las cosas y los trámites) se encuentran con el obstáculo sindical, gremial y corporativista. ¿Se cambian horarios? El gulag. Por eso nuestros bancos tienen los horarios de atención al público más absurdos del mundo y nadie puede decir nada. ¿Se obliga a los policías a patrullar a pie por las calles? El gulag. Yo creo que cuando van en coche no se enteran mucho de lo que pasa por las calles.

Vamos a tener una prueba con los nuevos ayuntamientos. En cuanto intenten tocar algún “derecho adquirido” la tendremos organizada.

Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye

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