Nadie en Europa quiere la salida del euro de Grecia. Tampoco Estados Unidos, aunque en este caso las razones sean más geoestratégicas que económicas. Ni siquiera la mayoría de los griegos creo que quieran esa deriva. Aquí de lo que se está tratando es de forzar la cuerda por parte de las autoridades griegas, de doblar el brazo a los acreedores y salvar la cara ante los votantes. De ahí la convocatoria de la consulta y las últimas declaraciones tanto del primer ministro griego como de su ministro de Finanzas. «Nos nos echarán porque el coste es altísimo» y otras lindezas muy poco diplomáticas. El caso es que las negociaciones han vuelto entre el presidente de la Comisión Europea y el primer ministro de Grecia. A pesar de los órdagos y las chulerías de Tsipras en las últimas horas y días, éste estaría estudiando una última oferta de Juncker. Se trata de evitar desde la Unión Europea la salida del euro de Grecia, pero también la convocatoria de nuevas elecciones, si como ha prometido Tsipras dimite tras un «sí» en el referéndum del próximo domingo.
La política continúa, pero el sufrimiento de los griegos también. Después de la imposición de las medidas de control de capitales, en la práctica un «corralito» que impide a los ciudadanos acceder al dinero de sus cuentas, excepto a 60 euros al día por persona, con los bancos cerrados y la línea del BCE congelada, se contiene la respiración ante el final del tiempo que Grecia tiene para pagar esta madrugada al FMI un vencimiento de deuda por 1.500 millones. Y, sobre todo, se piensa y mucho en si habrá y de qué magnitud será el contagio a economías como la española o la italiana de la irresponsabilidad de los populistas de Syriza que mediante el engaño a sus socios y a sus ciudadanos están poniendo en riesgo no sólo su país sino la recuperación en el resto. Sólo hay que desear que los españoles tomemos nota de los problemas que causa ponerse al margen de las reglas, ir de salva patrias y abusar de la confianza de la gente, esa a la que tanto dicen defender.
Carmen Tomás