Si usted pregunta, salvo el propio interesado, probablemente casi nadie le hable bien del ex ministro de Educación, José Ignacio Wert y casi nadie llore su salida. Seguramente es un excelente ejemplo del error de intentar una reforma educativa sin ninguna voluntad de explicarla, debatirla y pactarla. Y, además, planteándola desde la soberbia y la intemperancia. El PP es especialmente proclive al error educativo. En el mandato de la ministra Pilar del Castillo -antes, Esperanza Aguirre actuó de la misma manera- aprobó, también sin consenso, y en vísperas electorales, una ley para mejorar nuestro deficiente sistema educativo que no llegó a aplicarse, que es lo mismo que le puede suceder a la Ley Wert cuando comience el próximo curso académico, con el PP todavía en el Gobierno. Ya hay varias comunidades que han amenazado con la desobediencia civil salvo que Rajoy mande la Guardia Civil a las Consejerías de Educación. El pronóstico es, cuando menos, reservado. Pero Wert ya ha hecho las maletas -el cese le llegó por sorpresa en una cena en la que iba a recibir un premio y cuando él ya creía que Rajoy le iba a mantener hasta las elecciones- y la papeleta le llega ahora a Iñigo Méndez de Vigo, sin tiempo para casi nada.
Dicho eso, alguna de las cosas que hizo Wert sí ha funcionado. La subida de los requisitos para conseguir o mantener una beca -tan criticados por los «gurùs» educativos de la izquierda- ha supuesto una mejora del rendimiento de los alumnos de un 20 por ciento, según datos de la Conferencia de Rectores. Sin cambiar planes de estudio, sin más medios, sin cambiar el profesorado. En ese camino sigue habiendo mucho recorrido. Además, ha aumentado el número de alumnos, pese a la subida de las tasas, y también ha crecido el dinero destinado a las becas, aunque ahora los estudiantes reciben menos individualmente porque el dinero llega a más. El sistema e discutible, pero nada más.
Las Universidades dicen que ahora que los estudiantes y sus familias tienen que pagar más. También es una media verdad o una mentira trucada. Para empezar, sólo el 22 por ciento de la financiación de la Universidades -antes era un ridículo 15 por ciento- procede de las matrículas y eso lo pagan, sí, directamente las familias. Pero todo el 78 restante -con muy pocas excepciones- también lo pagan las familias, todas, incluso las que no tienen hijos en la Universidad, a través de los impuestos. Lo que ha cambiado es la forma. Y hay que preguntarse por qué algunas autonomías han bajado muy fuertemente los dineros dedicados a la Universidad -otras, no tanto-, por qué los que acceden a una Universidad en Cataluña pagan tres veces más que en Andalucía, o por qué Cataluña, Madrid y Valencia han duplicado el coste de sus matrículas en cinco años, mientras que otras Universidades no lo han hecho. La Universidad sigue teniendo infinidad de problemas por resolver. Pero no todo lo malo es herencia de Wert y no todo lo bueno se salva con la salida de Wert, que en gloria -educativa, claro- esté.
Francisco Muro de Iscar