Frases inacabadas, textos ininteligibles y con falta de coherencia, un vocabulario pobre y ausencia generalizada de signos de puntuación, especialmente acentos, son algunas de las carencias detectadas en las pruebas de evaluación de 6º de Primaria y 4º de ESO de los alumnos de Cataluña. Pero no se equivoquen: no es un problema de una enseñanza impartida casi de forma exclusiva en catalán. Sucede en toda España y con la inmensa mayoría de los alumnos. Quienes tienen hijos o nietos y leen con fruición alguna de sus redacciones -niños y niñas brillantes y que leen mucho- encontrará todos esos defectos juntos: ausencia de acentos y de puntuación, faltas ortográficas básicas, errores gramaticales y, en general, si es a mano, una letra y unas líneas hechas a golpes.
Según los expertos, es la única área donde no mejoran los resultados de nuestros estudiantes. Tampoco después. Esos problemas se extienden hasta la Universidad. Un universitario debería ser alguien que supiera manejar su idioma de forma básica -sin pedirles que sean miembros de la Real Academia de la Lengua-, pero si los profesores suspendieran a los que cometen diez faltas de ortografía en un examen de Derecho o de Medicina, sin entrar a analizar el contenido de la materia, es posible que la mitad de ellos no se licenciara nunca.
Hay alumnos que, cuando les anuncian que deben escribir una redacción, ponen «cara de perro». «¡Jo, qué palo!», como si les sometieran a la peor tortura china.
Hay alumnos que, cuando les anuncian que deben escribir una redacción, ponen «cara de perro». «¡Jo, qué palo!», como si les sometieran a la peor tortura china. He dicho muchas veces que en los primeros años de enseñanza bastaría con que los alumnos supieran leer y escribir correctamente, comprender lo que han leído o ser capaces de analizar lo que han escrito, y aprender matemáticas, sería más que suficiente. Lo importante es enseñarles a pensar y a razonar y, para eso, entender lo que se lee es fundamental. La mayor parte de los conocimientos de historia o de geografía, por ejemplo, están al alcance de cualquiera; razonar sólo al de unos pocos. Hagan la prueba: digan a un niño que lea un texto y pídanle después que les resuma lo que ha leído. Se pueden llevar una gran sorpresa. «Lo que más les cuesta, dice otro profesor, es la redacción libre. Si son ellos los que han de elegir el tema, se bloquean». Les falta la capacidad de pensar, tal vez porque están acostumbrados a una cultura visual, de imágenes.
Cuando mi hija era pequeña y me preguntaba el significado de una palabra, la mandaba a consultar el diccionario. Y parece que no le ha ido mal. Cuando ahora muchos niños y niñas leen o escuchan una palabra que no saben lo que significa, no lo preguntan. No todos, muchos. Ni siquiera le dan al corrector de texto del ordenador. Dicen los expertos que los profesores priman la calidad discursiva, perdona que cambien la b por la v, que acentúen o no las palabras. Dejan las normas ortográficas para el final, para más adelante. Hay cosas que si no se aprenden pronto, se olvidan para siempre. La novelista y profesora americana Alice McDermott dice que «los niños norteamericanos ya sólo leen fragmentos». Mal nos va si la lengua, lo que nos une, ya no les importa ni a los profesores.
Francisco Muro de Iscar