Cuando uno ve la manera de actuar, incluyendo una cuidadosa puesta en escena de todo tipo de horrores, de esos descerebrados que, como otros similares, integran el Estado Islámico piensa que hemos tocado fondo. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Todavía podemos bajar muchos, muchísimos peldaños en esa escalera sin fin que desciende hacia infiernos tan terribles que apenas nos atrevemos a imaginar.
Afortunadamente, incluso en estos tiempos tan convulsos, en los que frente al abuso, el escándalo y la maldad, como únicas respuestas se generalizan la desgana y la desidia, existen personas –aunque no demasiadas– que, gracias a su decisión y esfuerzo personales, consiguen que no sean todavía más funestas las repercusiones de ese mundo que nos ha tocado vivir. Una de ellas es André Azoulay, especie de crisol viviente en el que se mezclan el ser a la vez marroquí, judío, bereber y árabe, aderezado con lo mejor de las culturas europea e islámica.
André Azoulay fue fundador del Grupo Aladino, que tanto ha hecho en favor de las relaciones interculturales entre el mundo islámico y las demás culturas. También presidió durante mucho tiempo la Fundación Euro-Mediterránea Anna Lindh y forma parte del grupo de alto nivel de Naciones Unidas para la Alianza de las Civilizaciones.
En una emotiva ceremonia en el Parlamento de Lisboa, acaba de recibir el premio Norte-Sur del Consejo de Europa. En su magnífico discurso de agradecimiento, para el que no tuvo que recurrir a nota alguna, se refirió a ese pasado común y al presente compartido que, desde la tolerancia y la sabiduría, son los únicos que podrían garantizar un futuro mejor para todos los que vivimos en el Mediterráneo. André Azoulay afirmó que se niega a que su historia, su religión y su civilización sean rehenes de aquellos que pretenden instrumentalizar a las personas y utilizarlas como simples marionetas para alcanzar sus abominables fines. También dijo que su religión le enseñó que debe aproximarse a los demás, por muy diferentes que sean, de la misma manera que su historia –de más de 3000 años– le muestra que ese es el único camino posible.
El Judaísmo llegó a Marruecos siete siglos antes que el Cristianismo. Hubo que esperar otros siete siglos más para que llegara el Islam. Esas tres religiones forman hoy un todo indisoluble, la esencia de su país y del resto del Mediterráneo, auténtica cuna de la modernidad social que los actuales fanáticos excluyentes e intransigentes quieren a toda costa que olvidemos.
André Azoulay nació y vive en Essaouira, la antigua Mogador de resonancias portuguesas. Recordó en su discurso que es allí donde una vez al año se reúnen gentes de muy diversas creencias, sin que nadie sea excluido y, con la curiosidad innata hacia el otro, comparten vivencias, cantan y bailan juntos para así decir al mundo que la vía por la que avanzamos no es la adecuada. Es la mejor manera para denunciar los extremismos y la irracionalidad amnésica de muchos. También para desenmascarar la apatía de muchos gobernantes, en ambas orillas del Mediterráneo, que no quieren resolver los actuales enfrentamientos.
Ignacio Vázquez Moliní