La vida es demasiado corta para seguir a vueltas con la crispación que genera la «memoria histórica». El olvido que seremos nos debería guiar para no conceder demasiado sitio al pasado que fue dolor. Transcurridas ya dos generaciones desde la última guerra civil, todo lo que vaya más allá de profundizar en el conocimiento académico de lo ocurrido suena a extemporáneo. O a algo peor: a revancha fuera de tiempo y, por lo tanto, carente de lógica. Pero es actualidad porque algunos de los nuevos ediles de Madrid barruntan cambiar el nombre de las calles de la capital cuya titularidad recuerda a ciertos personajes que fueron capitostes durante la dictadura de Franco. Hay quien reclama llevar la iniciativa revisionista más allá del callejero. ¿Debería ser demolido el Arco de la Victoria que se levanta no lejos del Palacio de la Moncloa y es un homenaje a los vencedores de aquella contienda? En apariencia, la polémica da para el «sí» o para el «no».
La Historia de España es la que es. Nadie tiene el poder para cambiar el pasado.
Demolición o que siga dónde está. Cabe también, claro está, la indiferencia. Sabia respuesta de quienes viven su vida y en su tiempo y circulan junto al mencionado Arco de la Victoria pensando en sus cosas y no en el general golpista que ordenó construirlo. Actitud pareja a la de los miles de madrileños que pasan a diario frente a otro Arco triunfal (el de la Puerta de Toledo), erigido en honor de Fernando VII, sin recordar que el mencionado monarca ha pasado a los libros de Historia con el infamante título de «Rey Felón». La Historia de España es la que es. Nadie tiene poder para cambiar el pasado aunque permanece abierto a las interpretaciones académicas de los historiadores. Confundir verdad con memoria es un error porque desde antiguo es sabido que cada uno cuenta la historia según le haya ido en ella. Cuando el pasado es dolor, visto que los españoles hemos de seguir viviendo juntos, lo mejor es el perdón y el olvido. Dejemos la Historia a los historiadores.
Fermín Bocos