El titular era previsible: cinco diputado del PP rompen la disciplina de voto en la reforma de la ley del aborto promovida por el Gobierno. No se trata de entrar en detalles sobre esta modificación ni volver sobre un tema tan absolutamente controvertido. Lo que llama la atención -en realidad no la llama, pero debería llamarla- es lo de «romper la disciplina de voto» ese un invento/costumbre categóricamente anticonstitucional. Cada parlamentario es dueño de su voto y no debería tener otros límites que los de su propia conciencia. Comprendo que, dicho así, los ortodoxos de la cosa se llevan las manos a la cabeza y te explican lo que significa el partido, el desmoronamiento de la democracia si cada cual fuera por libre y una larga serie de razones que avalan ese gesto, no por repetido menos triste, de los responsables de cada formación diciendo lo que se debe votar en cada momento.
Legislar sobre algo es una responsabilidad que afecta un conjunto demasiado grande como para tomárselo a la ligera
Estoy dispuesto a admitir que la disciplina de voto debe ser una realidad más o menos normal porque, diga lo que diga la Constitución, las cosas luego funcionan como funcionan. Pero… siempre hay un pero, una excepción, un territorio que ningún partido debería traspasar y que nada tiene que ver con unos presupuestos del estado, una reforma fiscal e incluso una nueva ley de educación. Demos un paso más y nos toparemos con leyes como la que se ha aprobado -pese a la ruptura de la disciplina de voto- y que hoy es el objeto de esta reflexión.
Ya de entrada en una sociedad de hombres libres que conforman una democracia lo de la «disciplina de voto» suena mal. A mí me suena mal y me reconozco incapaz por ello de militar en ningún partido. Es que si me apuran, hasta los ejemplos que he puesto y que parece que no afectan a temas de conciencia o morales, también contienen una carga que para mí sería inaceptable; aprobar unos presupuestos con los que no estoy de acuerdo o una ley de educación en la que no creo, me llevarían a dilema igualmente moral porque legislar sobre algo, lo que sea, es una responsabilidad que afecta a un conjunto demasiado grande como para tomárselo a la ligera. Y qué decir cuando lo que se plantea son opciones mucho más trascendentes donde cada uno es el fruto de su propia reflexión y no hay expertos en el mundo que se pongan de acuerdo.
Yo me pasaría la vida rompiendo la disciplina de voto
Recuerdo que en aquella España rancia que seguía oliendo a olla e incienso pese a los esfuerzos de todo, la ley del divorcio costó Dios y ayuda sacarla adelante pese a que se trataba de algo tan obvio. No respeto a quienes se opusieron y me parece válido el clásico argumento: tú no te divorcies pero deja que los demás hagan lo que quieran. No es el caso del aborto donde la responsabilidad recae sobre un tercero que es el nasciturus. Ahí no se puede delegar, ese es un dilema moral para el que había no que romper la disciplina de voto sino ofrecer con toda normalidad a sus señorías la más absoluta libertad para que dijeran sí o no según su conciencia sin forzar una decisión que puede ser más que personal.
Yo me pasaría la vida rompiendo la disciplina de voto aunque solo teóricamente porque, de hacerlo, está claro que en la siguiente legislatura no estaría en ninguna lista. El precio de la libertad es lo que tiene.
Andrés Aberasturi