miércoles, septiembre 25, 2024
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La música de las esferas

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A menudo olvidamos que ciencia y poesía no siempre discurren por caminos paralelos. De hecho, con mucha más frecuencia de la que pensamos, se cruzan las vías por las que avanzan, se superponen, incluso se entremezclan hasta límites insospechados. A veces alcanzan un punto en el que ya no sabemos si eso que nos sorprende es un verso perfecto, o si estamos ante la solución de un cálculo infinitesimal.

Desde esta perspectiva, resulta evidente la relación que une poesía y matemáticas. También la que enlaza música y física. De hecho, según cuenta la Historia, ese fue el origen de la astronomía, que para los antiguos griegos no era sino la proporción entre las distancias de los planetas y sus órbitas respecto de las del Sol y la Tierra.

Los griegos primero pensaron que existía una armonía de las estrellas. Luego, mucho más tarde, hablaron de música de las esferas que, en su sentido más etimológico, es todo aquello que deriva de las Musas. Al cabo de los siglos, algunos de los alquimistas más conocidos, defendieran que esas proporciones matemáticas y musicales eran las que daban sentido al Universo. Según ellos, seguían la pauta de un tercio, que es la distancia que separa la Tierra de la Luna, la de una quinta, de la Luna al Sol, y la de una octava, que es la que existe desde el Sol hasta el Cielo. También en plena edad media, otro personaje de altura innegable, como fue Guido dArezzo, de quien dudamos si definir como músico o matemático, propuso, tomando las primeras sílabas de su celebérrima canción de homenaje a San Juan, los actuales nombres de las notas musicales. Tal fue el éxito de su propuesta que hoy en día seguimos solfeando según su método y manteniendo las notas encerradas en esa siniestra jaula que es el pentagrama.            

Aderezando todos estos ingredientes metafísicos, uno consigue imaginarse el extraordinario viaje a través del vacío infinito de la sonda espacial que, entre multitud de fríos y precisos instrumentos científicos, lleva las cenizas de Clyde Tombaugh, el astrónomo que con la ayuda de su sola inteligencia y gran intuición, descubrió Plutón en 1930.

En estos momentos la sonda está llegando al límite del sistema solar. En aquellas lejanías, uno también se imagina la música que la propia sonda produce al pasar cerca de los planetas enanos, al compás del ritmo de las grandes esferas, y unidos todos esos sonidos extraordinarios en una sinfonía irrepetible. Esa música en realidad no sería sino la escala repetida de las actuales notas que han conseguido, por fin, escapar del pentagrama ideado por Guido d'Arezzo y corretean felices por el espacio infinito.

Ignacio Vázquez Moliní

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