Mantengo una polémica en una radio con un querido colega, del que discrepo sistemáticamente, acerca de los límites de la actividad de un periodista. Él sostiene que los tres colegas españoles desaparecidos (me temo que 'desaparición' es un eufemismo aconsejado por la prudencia) en Siria fueron más allá de lo que la prudencia y lo razonable indican a la hora de adentrarse en una información. Yo mantengo lo contrario: son más admirables que los demás porque fueron más lejos que los demás en busca de la noticia.
He oído, y vivido, demasiadas historias de colegas que informaban de la guerra desde la habitación con aire acondicionado de su hotel. He constatado demasiadas veces que lo presencial está dejando de ser parte del periodismo: son, somos, muy pocos los que acudimos a 'palpar' la noticia, a constatar 'in situ' lo que está pasando, para luego contarlo de manera diferente, empapándonos de los detalles. Hay, ay, generaciones enteras de 'informadores Google', que, ante un acontecimiento, se lanzan a los buscadores y a las redes, a ver qué cuentan y, luego, ya se sabe: copy-paste. Nada de levantarse del asiento.
Noticia es todo aquello que alguien no quiere que se publique.
Justo lo contrario de lo que hacen los tres colegas desaparecidos en el peligrosísimo territorio sirio, adonde fueron porque es allí donde se toman las imágenes del horror, es desde allí desde donde se puede escribir, mirándolo todo a la cara, la crónica de la ignominia.
Sí, de acuerdo con el viejo dicho anglosajón, noticia es todo aquello que alguien no quiere que se publique, algunos colegas, en algunas circunstancias, lo saben mejor que nadie. Lo saben quienes tienen que informar en aquellos países donde la libertad de expresión es una mera burla, e incluyo en este capítulo a algunas naciones que, como Rusia, se llaman a sí mismas democracias. Lo saben también demasiado bien los que operan en algunas partes del mundo especialmente peligrosas para quienes tratan de revelar situaciones de injusticia, de extrema violencia: el México de los narcotraficantes o el mal llamado Estado islámico y sus prolongaciones, por poner dos ejemplos.
Esos periodistas, que tienen que trabajar en circunstancias especialmente adversas, merecen un reconocimiento extra, que es todo lo contrario de lo que hacen algunos 'instalados' acusándolos de imprudencia. El verdadero periodismo ES imprudencia, riesgo de que te partan la cara o el alma, de que alguien intente que pierdas tu trabajo y, en el último eslabón, de que te maten. Acudir a informar a ciertas zonas de peligro, donde las gentes que van apestando la tierra quieren tapar sus crímenes, a veces especialmente horrendos, supone un plus de profesionalidad, de pundonor, de vocación; nadie ejerce el periodismo como lo hacen esos seres para los que contar lo que ningún otro se atreve a contar resulta tan necesario como el oxígeno que respiran. El mundo tiene que conocer lo que ocurre en estos paraísos del crimen, de la crueldad, de la injusticia, de la discriminación, y hay colegas 'mirones', empecinados en mirarlo todo desde la primera fila, que, afrontando todos los riesgos, allá van para transmitírnoslo hasta donde pueden y les dejan.
El verdadero periodismo ES imprudencia, riesgo de que te partan la cara o el alma, de que alguien intente que pierdas tu trabajo y, en el último eslabón, de que te maten.
Por ejemplo, esos tres colegas, compatriotas, tres de esos valerosos freelance que lo mismo se lanzan a informar desde Siria que desde otros puntos de extremo riesgo, nos tienen que llenar de orgullo a quienes hemos abrazado la profesión de informar. Ángel Sastre, Antonio Pampliega y José Manuel López, que se encuentran desaparecidos al parecer en los alrededores de la ciudad de Alepo, merecen todo nuestro apoyo, que debe ir mucho más allá de las palabras cautelosas y de los aplausos vacíos. La libertad de expresión siempre exige sacrificios, porque quien informa sobre lo que alguien no quiere que se informe siempre corre, en alguna medida, ciertos riesgos. Los de nuestros tres compañeros son, sin duda, mucho mayores. La comunidad internacional y, desde luego, las autoridades españolas no pueden permanecer indiferentes ante quienes tratan de privarnos de uno de nuestros derechos fundamentales: estar plenamente informados, en estos casos citados, y en demasiados otros, para indignarnos con causa y con imágenes ante las violaciones más flagrantes de los derechos humanos.
Sabemos, dada nuestra pequeñez, que sirve de poco, pero aquí hay un puñado de periodistas que, desde nuestra situación más o menos relativamente cómoda, gritamos contra una situación que se va volviendo del todo intolerable. Basta, basta, basta.
Fernando Jáuregui