El Rey, trece meses después de su proclamación, se encuentra ante el primer asunto serio y preocupante. El órdago secesionista catalán liderado por Artur Mas es para la Jefatura del Estado algo así como su primera gran prueba. Su padre, el Rey Juan Carlos, a lo largo de su reinado, tuvo que lidiar mil y un problemas. Desde una compleja pero exitosa transición hasta un fallido golpe de Estado, pasando por sus gestiones en política exterior nunca suficientemente valoradas.
Felipe VI se ha encontrado con una democracia consolidada y con unas instituciones ya con mucho rodaje. Lo que no ha podido eludir son las pulsiones secesionistas tan recurrentes en nuestro país. Durante años, caímos en el espejismo de que el «problema» era el País Vasco. Y claro que lo era, pero sobre todo porque había un grupo terrorista, ETA, que se dedico a asesinar vilmente a todas aquellas personas que consideraban «obstáculos a remover» para sus objetivos de una Euskadi independiente.
Hablar de la unidad de España y de los españoles en la ciudad que vió nacer a Sabino Arana tiene especial valor.
Ahora el «problema» es Cataluña, o mejor dicho, el secesionismo catalán liderado por Artur Mas. Su órdago tan contundente, tan hiriente para la mayoría de los españoles, hace que la figura del Rey sea objeto de especial atención. Y hay que decir que Felipe VI no está decepcionando.
Nada más lógico, más institucional, que no recibir a quien pone en solfa la unidad de España con una sonrisa de lado a lado. Tras el encuentro de hace unos días en Zarzuela no hacían falta declaraciones. El gesto del Rey lo decía todo.
Pero bien consciente de que los españoles le estamos mirando, fue en Bilbao, delante de Iñigo Urkullu que coquetea con una reforma de la Constitución siempre y cuando no se toque el Concierto Económico -sería lo primero que se cuestionaría en un supuesto Estado federal- en donde el Rey hizo su primer llamamiento a la unidad de España y de los españoles. Lo hizo con elegancia pero con absoluta claridad. Con la misma que animó a los empresarios a que se hicieran oír, cosa no siempre fácil de conseguir. Hablar de la unidad de España y de los españoles en la ciudad que vió nacer a Sabino Arana tiene especial valor.
Primero el Rey Juan Carlos y ahora el Rey Felipe VI son la punta del abanico que impide que sus astas se desparramen.
La siguiente cita ha sido en Barcelona. Aprovechando la coyuntura de la entrega de diplomas a los nuevos jueces, y en presencia del «alquimista» Mas, el Rey ha advertido que el cumplimiento de la ley «no es una alternativa» y que este cumplimiento no es competencia exclusiva de los jueces, sino de todas las instituciones. Mas no movió un músculo pero el Rey tampoco y dijo exactamente lo que tenia que decir.
El órdago de Mas es para la Jefatura del Estado el primer envite serio, de ahí que resulte imprescindible que por parte del Gobierno se cuide con esmero la agenda política del Rey. El Gobierno no puede evitar que Revilla haga gala de una locuacidad impropia de un cargo institucional, pero sí puede y debe establecer una hoja de ruta inteligente y medida para el Rey cuya capacidad de maniobra esta bien tasada por la Constitución.
Primero el Rey Juan Carlos y ahora el Rey Felipe VI son la punta del abanico que impide que sus astas se desparramen. De la precisión de esa punta depende el abanico entero y ni el padre ni ahora su hijo han decepcionado en los momentos difíciles.
Charo Zarzalejos