Un diario madrileño, conservador y monárquico, desveló recientemente una conspiración para derrocar la Monarquía y la Constitución de 1978, señalando entre sus fuentes a servicios de información españoles. Ciertamente, alcaldes bisoños y radicales como Ada Colau en Barcelona y los de Cádiz y Zaragoza, y puede que Carmena en Madrid, aborrecen los símbolos monárquicos. Pablo Iglesias se complace en afirmar la necesidad de acabar con lo que él llama, despectivamente, el «Régimen del 78». El vocablo «Régimen» sirve en este caso para denigrar nuestra democracia constitucional al igualarla semánticamente con la dictadura franquista a la que púdicamente denominaban «El Régimen». Con lo «del 78» se refiere a nuestra Constitución democrática en la que España se organiza como Monarquía Parlamentaria.
Iglesias ofreció a Felipe VI la serie de “Juego de Tronos”. Lo que parecía un “gesto simpático”, como diría alguna revista del corazón, resultó ser otra cosa cuando Iglesias lo explicó a la revista británica «The New Left Review». La aparente amabilidad se tornó afrenta al aclarar que quería advertir al Monarca que se puede dejar de ser Rey, como ocurre en la serie televisiva.
Es de suponer que con estos y otros mimbres se pueden imaginar sucesos deseados por algunos pero no forzosamente realistas. La extrema izquierda y los independentistas no son, evidentemente, monárquicos y su republicanismo demanda un cambio en la Jefatura del Estado y en los textos constituyentes para adaptarlos al carácter presumiblemente revolucionario de sus credos.
Pero del dicho al hecho hay un trecho, y las posibilidades de semejante conspiración son nulas como señalaba hace poco el veterano comentarista José Antonio Zarzalejos en un digital donde tituló su columna «Ni derrocamiento del Rey, ni independencia de Cataluña”. En la misma destacaba el carácter integrador de Felipe VI (cuya imagen, por cierto, en la opinión pública está en ascenso) y el artículo 155 de la Constitución que, al igual que en la alemana, faculta al Gobierno para tomar las medidas necesarias contra una deslealtad autonómica como la que preparara Mas para este otoño en Cataluña, aunque sería preferible no llegar a estos extremos.
Leyendo la noticia alarmista del mencionado diario, el lector puede visualizar un panorama que se materializaría en septiembre con una gran manifestación en contra de la Monarquía y un triunfo independentista de Mas y sus aliados, dando después paso a una declaración unilateral de independencia por el parlamento catalán seguida de una huelga general en octubre convocada por la extrema izquierda nacional, vasca y catalana y el sindicalismo anarquista (¡cuatro gatos!) para, según se explica, debilitar al Gobierno de Rajoy en vísperas de las elecciones de noviembre culminando todo este proceso, seguirá pensando el inquietado lector, con una mayoría absoluta de Podemos, dando así carpetazo a ese «Régimen del 78».
Probablemente vislumbre este lector boquiabierto una Cataluña independiente y las vascongadas también, incluyendo a Navarra, ahora en manos aberzales, conformando el resto del territorio español una pequeña España republicana donde imperaría, con esta visión, una democracia popular como en la China capitalista, regentada dictatorialmente por su partido comunista. En España ese poder lo ejercería, se supone, Podemos cuyos cuadros, ciertamente, proceden esencialmente de Izquierda Unida, manto protector del Partido Comunista.
Que a algunos les tiente esta película es una cosa y otra que se den condiciones prerrevolucionarias en España como para que esto pueda ocurrir. Los sondeos no dan a Podemos una victoria abrumadora en noviembre, ni siquiera una victoria, y está por ver que en tal caso apoyase a los secesionismos españoles, aunque Iglesias se produce al respecto en Cataluña con peligrosa y destructiva ambigüedad.
¿Se trataría, entonces, al publicitar esta conspiración, de alarmar y asustar? Suele ser imprudente alertar de un lobo inexistente y sí conspiración hay quien debe exponerla a la luz pública es el gobierno y con más motivo si el origen de esta información son “servicios” estatales. Permitiría conocer la dimensión, probablemente escasa, de esta conspiración, si la hay, ahuyentando bulos desestabilizadores.
Mientras tanto, los lectores sensibles, de la tercera edad o con dificultades coronarias harían bien en dejar de leer diarios con noticias preocupantes que no son fehacientes. Los sondeos que regularmente hacen públicos nuestros medios de comunicación no parecen llevarnos hacia una insurrección, un asalto popular al poder, unas vanguardias revolucionarias por nuestras calles y un derrocamiento de la Monarquía.
No es ésta la hora de una Bastilla española. Más bien la de ir hacia una reforma de la Constitución para adaptarla a la realidad tras 37 años prorrogables de buen servicio; una regeneración del mundo político para eliminar a los corruptos; un reparto mayor del voto para evitar monopolios políticos y una sociedad más justa con paz social. ¿Pudiera ser que lo que en realidad quieren los que pretender asustar es el inmovilismo y que todo siga igual que es, en cambio, lo realmente desaconsejable?
Carlos Miranda
Embajador de España
Carlos Miranda