Les llaman patos cojos. Lo dicen porque se supone que un presidente de Estados Unidos en su último mandato es un presidente de salida, en buena medida incapaz ya de inmiscuirse en asuntos de enjundia o de adoptar grandes decisiones que puedan afectar las perspectivas electorales de quien debe tomar el relevo en la batalla por la Casa Blanca y más centrado, por tanto, en abrillantar la forma que en alimentar el fondo de su legado.
Sea o no así, lo cierto es que si así fuera estaríamos asistiendo a una excepción, y qué excepción, a la norma. Porque si algo es incuestionable es que Barack Obama está poniendo todo su capital político en juego para dejar resueltos, o al menos encauzados, grandes temas pendientes durante décadas en la política internacional, cerrando con broches de oro una Presidencia extraordinaria.
Empezando por lo más reciente, y pese a lo manido de la expresión, el acuerdo con Irán constituye un hito de alcance histórico. No solo se trata de frenar las ansias nucleares de Irán, o de condicionar el levantamiento de las sanciones al cumplimiento de los acuerdos alcanzados, sino de su trascendental impacto en una región tan asolada por la violencia sectaria como Oriente Próximo. Sin duda, un acuerdo cuyas consecuencias iremos comprobando en el medio plazo y que va a reconfigurar la geopolítica de la zona, por la influencia del régimen iraní sobre países como Iraq, Siria o Líbano.
Junto al acuerdo con Irán, el acuerdo con Cuba.
Obama sí comprendió que cinco décadas de embargo comercial, económico y financiero no habían servido para otra cosa que para provocar sufrimiento a una población privada de alimentos y medicinas mientras, por el contrario, ayudaba a atornillar en el poder al régimen que pretendía derrocar, aportándole lo más difícil de lograr: una justificación moral y una coartada para la represión y el recorte de libertades.
Que hoy ondeen las banderas cubana y americana en sendas embajadas era algo absolutamente impensable hace apenas unos meses, un signo de normalidad tras décadas de hostilidad, y que debe preceder a los necesarios cambios que Cuba debe experimentar para dar paso a la apertura democrática que todos anhelamos.
Dos ejemplos, y qué ejemplos, que muestran a un presidente consciente del valor del diálogo y el acuerdo frente al militarismo, el unilateralismo y la beligerancia de su más inmediato predecesor, con resultados diametralmente opuestos: conflictos solucionados o encauzados frente a guerras abiertas.
Al igual que en el ámbito internacional, en el ámbito nacional Obama puede exhibir un legado de altura.
Por una parte, la reforma migratoria ha buscado legalizar la situación de más de 5 millones de personas otorgando permisos de trabajo y evitando su deportación. Probablemente no ha resuelto el problema pero ha sido un paso adelante clave para millones de personas que buscan poder ganarse la vida legalmente y poder ejercer sus derechos como ciudadanos.
Por otra, tras el espaldarazo recibido el pasado mes de junio por el Tribunal Supremo, su reforma sanitaria se consolida como pilar del Estado del Bienestar estadounidense, dando cobertura a 10 millones de personas que carecían de la misma. Todo un varapalo para quienes desde las filas republicanas han tratado de hacer descarrilar una reforma no solo de justicia sino que constituye además la recuperación de un elemento fundamental para garantizar el ejercicio efectivo de los derechos sociales: el valor de lo público.
Porque, en el fondo, lo que subyace en esta reforma es, precisamente, qué modelo de sociedad defendemos y cómo se protege el ejercicio de los derechos de ciudadanía: ¿dejamos que cada cual se las apañe como pueda para hacerlos realidad o alguien debe garantizar que esos derechos se puedan ejercer de verdad? Para algunos, a este y al otro lado del Atlántico, la respuesta es evidente: la razón de ser del Estado es, precisamente, dotar a todos de garantías reales para el ejercicio de sus derechos.
Un legado, en suma, de reconocimiento y defensa de derechos sociales en el ámbito interior y de negociación y multilateralismo en el ámbito exterior. Súmenle a todo ello una economía en crecimiento y un paro alrededor del 5%. Si esto es un pato cojo, que todos los presidentes americanos, por favor, continúen la senda.
José Blanco