Vivimos en la sociedad del «postureo». Ya sé que esta palabra no está en el diccionario. Es argot. Significa la primacía de los gestos sobre los contenidos. Lo recordaba Miquel Iceta, líder del PSC, hace unos días. La gente posturea para no tener que trabajar, para que sus ademanes sustituyan a sus esfuerzos. Para fingir capacidades que no están dispuestos a trabajar para realizarlas.
La gente posturea para no tener que trabajar, para que sus ademanes sustituyan a sus esfuerzos.
Digo todo esto porque la retirada del busto del rey emérito o jubilado, Juan Carlos I, tuvo tres tomas para que los medios pudieran escoger el tiro de cámara. La caja de cartón donde se encerró la representación del anterior jefe del estado era tan cutre que no se hubiera aceptado en un contenedor de basuras por inmundicia. Puro «postureo» estudiado con marketing milimétrico para alcanzar objetivos políticos que escenificasen el repudio a la institución de la monarquía. Pero de boquilla. El debate sobre la pobreza, que era objeto del pleno en el ayuntamiento de Barcelona el día del postureo del busto de Juan Carlos, fue devorado por el rodaje descrito. Luego el PP contribuyó a la charlotada poniendo una foto del Rey. Los unos, iconoclastas; los otros más papistas que el Papa. Y así nos va.
Reflexionemos sobre el «postureo». Ha habido un cambio político importante en los ámbitos locales y autonómicos. Era previsible por el hartazgo de una parte importante de la sociedad española frente a la corrupción, la inoperancia, la falta de transparencia y democracia en los partidos. Y sobre la forma en que se está abordando la crisis que perjudica a los que menos tienen y está haciendo más ricos a los que tenían mucho.
No hay un eje claro izquierda derecha. El cambio viene desde la transversalidad y la indefinición. Los que pretenden sustituir a la casta establecida por ellos mismos como casta, posturean continuamente. Fundamentalmente para no concretar sus posiciones políticas ni adquirir compromisos programáticos. Realizan un republicanismo de salón para disimular que no se han definido sobre la forma de gobierno que propugnan. Humillan la figura del anterior jefe del estado porque no se atreven a promover la república.
Siento un respeto tremendo por la república. En Francia no se entiende el patriotismo sin invocar la República como contenedor de los derechos y las libertades de los franceses. Me pongo enfermo cada vez que alguien quiere negar legitimidad a nuestra República como tránsito para justificar el golpe de estado de Franco.
Intentar la alquimia representativa de la monarquía como contenedor de las aspiraciones de los ciudadanos es tarea imposible, porque lo que se rige por la herencia de la sangre solo puede tener un carácter religioso; nunca laico. Y la vida civil, la sociedad, debe ser laica para ser democrática.
Plantear políticamente la opción republicana exige tener respeto por la Constitución. Y para hacerlo inteligentemente, para tener mayores posibilidades de éxito, requeriría evitar la sensación de que una panda de niñatos no tiene otra cosa que hacer que desarrollar performances como la de los artistas que se hacen caca en el suelo del museo que les acoge. La caca, como el circo, da mucho que hablar.
Si Ada Colau o Pablo Iglesias quieren plantear seriamente la opción republicana, escucharé con mucho respeto sus argumentos y hasta pueden que sean también los míos. Para rodar spots sobre la retirada del busto de don Juan Carlos, me temo que no dispongo de tiempo para prestar atención.
El concejal Zapata, del que dicen que tiene la cabeza bien amueblada, postureó con sus chistes obscenos e insoportables sobre judíos, mujeres asesinadas y otros de índole absolutamente machista, que no han trascendido. Posuteraba de enfant terrible en una sociedad que lo que necesita son ideas, proyectos y propuestas. Reírse de seis millones de judíos asesinados por el nazismo no admite coartadas de humor negro. Pero probablemente es la forma más rápida de adquirir notoriedad sin dar un palo al agua. Y encima negarse a admitir responsabilidades políticas por asuntos que en cualquier país le hubieran llevado a la cárcel.
Todo es postureo. Pedir y manifestarse por la libertad de un tal Alfon, cuyos mayores méritos son portar una mochila con explosivos en una manifestación y tener antecedentes de machista violento, es una forma rápida y probablemente eficaz de pretender estar contra el orden establecido. Se manifiestan en su apoyo quienes pretenden estar contra la violencia de género y contra el terrorismo.
Todo esto difunde un humo espeso que nos impide ver lo que realmente es importante.
La llegada de Podemos y sus organizaciones hermanas es lógica, razonable y legítima. Hasta ahora, habían denunciado hasta el color de las farolas. Ahora tienen que definir sus proyectos, unificar sus criterios y gestionar el poder que les han conferido los ciudadanos en las urnas. La televisión, la condescendencia y suficiencia insoportable de Pablo Iglesias se ha convertido en un boomerang. Su asesor de imagen le debe estar aconsejando algo más que un corte de pelo.
Como todo proyecto sobredimensionado, cuando se ven las primeras maquetas se empieza a desmoronar. La nueva política basada en la consulta constante a las bases ha acabado en fracaso. En las primarias de Podemos, hechas a la medida de Pablo Iglesias, han participado el quince por cierto de los electores inscritos. El asamblearismo ha sido sustituido por el centralismo democrático, técnica leninista de controlar el partido. El nepotismo empieza a hacer aparición en la clásica contratación de parientes que era patrimonio, hasta ahora, de la casta. No han tocado todavía los presupuestos que van a gestionar y ya han sido incapaces de ejemplarizar con sus actitudes.
Tengo la sensación de que el globo se está deshinchando. No es lo mismo posturear que gestionar. Y hasta ahora, la performance es una tarea que se les de bien. Como dice mi siempre admirado El Roto, cambian los nombres de las calles, pero los baches y la basura siguen estando ahí.
Carlos Carnicero