Pablo Casado, vicesecretario de comunicación del Partido Popular, dice que su formación se siente «abochornada, indignada y avergonzada» ante los comportamientos y las conversaciones desveladas en el sumario del caso Púnica. Le ha faltado un adjetivo con el que redondear el slogan: «sorprendido». Porque, aunque un poco largo como para componer un slogan lo suficientemente eficaz, las palabras de este comunicador de nuevo cuño no dejan de ser un slogan; uno más de los muchos con que el Partido Popular intenta bandear esta nueva crisis.
El señor Casado le habría puesto broche de oro a esa sarta de palabras cruzadas con que tratan de rechazar, o al menos aliviar, unas culpas que, como repiten una y otra vez cuando se enfrentan a escándalos como el que ahora les ocupa, no son del partido.
Con el adjetivo «sorprendido», el señor Casado le habría puesto broche de oro a esa sarta de palabras cruzadas con que tratan de rechazar, o al menos aliviar, unas culpas que, como repiten una y otra vez cuando se enfrentan a escándalos como el que ahora les ocupa, no son del partido; son de unos indeseables que han venido al PP a forrarse o a «tocarse los huevos» como muy gráficamente comentó el exdiputado José Miguel Moreno, en una de las jugosas grabaciones con que se adereza el sumario de este vergonzoso caso Púnica.
Nadie entona un mea culpa, nadie, de una vez por todas, pide perdón a la ciudadanía estafada y asume sus responsabilidades. Unos, como Rajoy, guardan silencio, que es lo que mejor saben hacer, y otros salen a la calle a tomarse unas cañitas con la gente para desbrozar una suerte de lugares comunes, frases hechas y huecas, con una ristra de conceptos extraídos del prontuario cocinado en Génova.
El lindo y peripuesto Pablo Casado, que diría Federico García Lorca, terminará de hombre anuncio.
Porque, eso sí, siguiendo las instrucciones de su presidente, los alfiles del Partido Popular, tienen que salir a la calle a batirse el cobre con los ciudadanos, explicándoles lo muchísimo que el Partido Popular ha hecho para atajar y acabar con la corrupción. La reforma de la Ley del Alto Cargo o la de Transparencia. Siguiendo las instrucciones y el ejemplo de un Rajoy recién salido del plasma, y que pasea alegremente por Cataluña de la mano de su nuevo delfín, García Albiol, ex alcalde de Badalona, al que arropa como a un descubrimiento con el que atajar la sangría que se le avecina en las elecciones del 27-S. «Me siento orgulloso de Albiol porque tiene las ideas claras». Eso sí, no habla de cuáles son esas ideas.
Así que, el lindo y peripuesto Pablo Casado, que diría Federico García Lorca, terminará de hombre anuncio, embutido entre dos enormes tablas con un decálogo de frases impresas extraídas del argumentario de turno. Y a recorrer las calles de España.
Victoria Lafora