El viejo Plutarco, tan preocupado él por la moral y que tenía la hermosa costumbre de escribir en griego, nos legó una frase de César sobre Pompeya, acusada injustamente de haber participado en una bacanal -acudir parece que acudió pero sin tomar parte- que, con variantes, ha hecho fortuna: la mujer del César no sólo debe serlo sino parecerlo. Perfecto y más actual que nunca en estos tiempos de infamia y corrupción. Las apariencias importan casi tanto como la verdad y el pueblo debe creer que la mujer del César es honesta. Pero ¿y si le damos la vuelta a la cosa? ¿Qué pasa cuando la verdad se intenta difuminar tan sólo con las apariencias? Para poder parecer la mujer del César el requisito indispensable es serlo realmente porque si no lo eres y sólo deseas parecerlo, la burda imitación no deja de ser una filigrana ridícula, un quiero y no puedo, una frivolidad inconsistente y una soberana estupidez.
Es como si buscaran la revancha de algo que, por edad, nunca perdieron. Pero eso -siendo difícil de entender- no es lo peor.
Pues bien, eso es lo que a lo que se ve lo que intentan estos jóvenes recién llegados de la agitación al mando en plaza sustituyendo los retratos del Rey por anarquistas del siglo XIX o retirando un busto de Juan Carlos en ayuntamientos y despachos. Es como si buscaran la revancha de algo que, por edad, nunca perdieron. Pero eso -siendo difícil de entender- no es lo peor.
Todo resulta bastante infantil, claro, porque la Historia es la que es y no va a cambiar ni por un cuadro ni por un busto; ya puede Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, meter en cajas de cartón todos los cuadros de todos los monarcas que para bien y para mal han reinado en España, que la Historia seguirá así implacable con las fechas y los hechos. Son gestos, lo sé, pero lo mínimo que se debería exigir a quienes gobiernan es un poco más de respeto y un poco menos de gratuita provocación porque lo que retiran no es la herencia franquista sino la recuperación de la libertad. No es fácil porque estos jóvenes ya han dicho que están contra el cambio consensuado del 78 -que no vivieron- y a favor de una ruptura trasnochada. Llaman «papelito» a la Constitución vigente gracias a la cual han llegado al poder y no deberían ignorar que cuando Juan Carlos fue proclamado Rey por las Cortes franquistas tenía en su mano el mismo poder que el dictador: una cortes leales y, sobre todo, todo un ejército a sus órdenes. Cierto que España clamaba ser una democracia europea y no había otra; ¿pero es que acaso no la quería también en los últimos años del llamado «Caudillo»?
Hay algo que a una cierta izquierda le sigue indigestando: que Franco se muriera de viejo en la cama de dictador. Pero es Historia. Como también es Historia que Juan Carlos -del que se podrán decir muchas cosas- se ha jubilado dándoles la oportunidad a estos jóvenes airados y gracias al papelito del 78, de descolgar su retrato, quemar su foto o meter su busto en una caja de cartón sin que ningún «gris2 les persiga a porrazos. Que las cosas pueden ser mejores de lo que son, es indiscutible; pero para lograrlo lo que hacen falta son programa, generosidad, diálogo y coherencia. Y lo que sin duda sobran son gestos para la galería. Ya somos todos mayorcitos, incluso ellos.
Andrés Aberasturi