El tradicional encuentro veraniego en Marivent, que tendrá lugar el viernes entre el jefe del Estado y el jefe del Gobierno, tendrá esta vez menos carácter protocolario y más contenido real que nunca. No hay tiempo para preguntarse qué tal van las vacaciones en Doñana, ni si, y cómo, se abrirán al público los jardines del palacio mallorquín que alberga desde siempre los agostos de los reyes. O por qué se ha defenestrado a Carmona en el Ayuntamiento de Madrid, que no va más allá del desconcierto en el principal partido de la oposición. Cosas menores todas, cuando el Estado es un caballo desbocado, y la sensación en la calle -puede que falsa, lo admito- es la de que la inoperancia, o la inexperiencia, o la abulia, dominan los mecanismos de ese Estado frente a quienes quieren socavarlo, que, por cierto, no son solamente Artur Mas.
Será ese 11 de septiembre el pistoletazo de salida hacia unas elecciones sin duda plebiscitarias de hecho, aunque no de derecho
Faltan cinco semanas, cinco, para la celebración de una Diada que va a dar lugar a una enorme efervescencia callejera en Cataluña y a un clima de fatalismo, me temo, en el resto del país. Será ese 11 de septiembre el pistoletazo de salida hacia unas elecciones sin duda plebiscitarias de hecho, aunque no de derecho y, luego, hacia una declaración de independencia en pocos meses, suponiendo que la 'lista única' de Mas ganase esos comicios, que, al paso al que caminan los no secesionistas, los ganará. Entonces, no quedará otro remedio que negociar con un Mas ensoberbecido -ya lo está-, revanchista -ya lo es-, dolido por el trato recibido 'de Madrid', mesiánico ante los aplausos de los suyos y crecido por el silencio de los corderos que no son suyos pero que no se atreven a hablar ni tampoco encuentran muchas oportunidades para ello en la actual Cataluña mediática.
Pero ¿quién negociará? El Rey no es quién para hacerlo y, además, intentó hace pocas semanas una aproximación a Mas que se reveló, parece, del todo infructuosa. Rajoy es hombre de principios inamovibles: es honrado, tiene sentido común, pero le faltan visión de Estado y cercanía. Ya no puede negociar con lo que resulte -¿qué resultará de esa heterogénea 'lista única' en la quien domina de verdad es Oriol Junqueras?- del 27-s. Temo a veces hasta decirlo, pero cada día que pasa me convenzo más de ello: Rajoy no puede pilotar la nueva transición, no sé si Pedro Sánchez o Albert Rivera -Pablo Iglesias de ninguna manera, desde luego- podrían hacerlo: ninguno de los dos parece querer pactar con Rajoy, aunque Sánchez comete el error de extender a todo el Partido Popular -una maquinaria formidable que ya no tiene tiempo de encontrar un sustituto-su veto.
Rajoy no ofrece salidas concretas; se queda en el diagnóstico desastroso, y se queda corto: Cataluña será ingobernable y, lo que es peor, gobernada en lo que se pueda por gentes que han bordeado esa corrupción institucional que durante tantos años ha desprestigiado a esta Comunidad. La izquierda, la derecha, el centro y hasta el anarquismo presentes en la lista única, los confesionales y los ateos, solo coinciden en una cosa: en procurar la independencia. Y a eso anteponen todo. Luego, Dios y la sombra de Companys dirán. Frente a esa locura, ¿no existe un plan de acción del Estado?
Eso es lo que me gustaría saber tras el próximo encuentro entre Felipe VI y el presidente del Gobierno central. Sé que en ese encuentro de dos personajes muy preocupados, aunque sonrían -más el Rey que Rajoy, la verdad- a los fotógrafos en las escalinatas de Marivent, se van a tratar cosas muy serias, muy graves. Y creo que deberían transmitírnoslas a los españoles, porque todo, hasta los jardines de Marivent, está cambiando en este país, incluyendo, se espera, las formas de gobernar a los ciudadanos.
Fernando Jáuregui