Sabido es que España atesora gran variedad de lenguas y dialectos romances, derivados del uso vulgar que, en las distintas partes de la Península Ibérica, se daba al latín culto: catalán, mallorquín, valenciano, aranés, castellano, cántabro, portugués, gallego, asturiano, leonés, mirandés, aragonés, castúo, mozárabe, ladino o sefardí.
Disponemos, además, de una lengua verdaderamente antigua y excepcional, la vasca, que estuvo de pleno uso y vigor en buena parte de España y en el sur de Francia hasta el Renacimiento. Su origen, el protoeuskera, lengua no indoeuropea, presumiblemente precede a los celtas y es, desde luego, previa al siglo V antes de Cristo.
En la actualidad, el más oficial euskera batúa (unificado) se enseña cada vez más en el País Vasco y Navarra. Se trata de la única lengua peninsular viva que no sucumbió a la fuerza cultural arrolladora de la romanización, quizá por participar de una estructura profunda diametralmente opuesta a la del latín. Más aún, esta milenaria presencia del euskera en la península influyó decididamente en el desarrollo del castellano, particularmente en la conformación de su sistema fonético pentavocálico.
No hay duda de que el euskera se hablaba en el País Vasco, pero además en la Rioja Alta, la Riojilla Burgalesa o en la Bureba. Con notable seguridad puede afirmarse que su uso se extendió hasta las llanuras de Castilla y, probablemente, hasta las costas de Cataluña. El catedrático e historiador burgalés Justo Pérez de Urbel ha señalado, en su obra Los vascos en el nacimiento de Castilla, que Valpuesta, en Burgos, fue el epicentro de la onomástica eusquérica y que desde allí se extendió por Tovilla, Losa, Tobalina, San Millán, Cerezo, las riberas del río Oja y los montes de Oca.
El euskera ha sido la lengua hablada en los valles navarros orientales y en los bearneses y aragoneses limítrofes, hasta tiempos muy recientes. Así lo ha destacado el profesor Juan Carlos López-Mugartza, de la Facultad de Ciencias Humanas y Sociales de la Universidad de Navarra, en su trabajo Sobre Salvatierra de Esca, Aragón y el Euskera. De tal modo que puede establecerse con rigor académico que el euskera pervivió en Aragón hasta el siglo XVI y quizá hasta el XVII.
El Estado no ha tomado nota de la importancia que tiene para España el enorme patrimonio cultural que suponen sus lenguas vernáculas
También hasta el siglo XVI cierta parte de la población española hablaba la algarabía, conjunto de las lenguas árabes propias de la península y, con cuyo término, me he permitido titular esta columna, pues su significación como “griterío confuso de varias personas que hablan a un tiempo” evoca, en perfecta metáfora, nuestro contexto político actual en relación con la vertebración del Estado y con el rol que juegan las ideológías nacionalistas respecto del uso político de “sus” lenguas.
Pues bien, a lo largo de la historia esta generosa diversidad lingüística no siempre ha sido debidamente valorada, cultural, política y socialmente. Y no solo por las Instituciones sino por los propios hablantes. Todavía hoy, la Administración del Estado no ha tomado nota de la importancia que tiene para España el enorme patrimonio cultural que suponen sus lenguas vernáculas, dando la impresión de no haber sabido ver su enorme potencialidad, al no haber impulsado decidídamente su acercamiento al resto de la sociedad española.
Parece como si el Estado actuara todavía desde la inercia de las viejas formas decimonónicas, anclada en la defensa e identificación a ultranza de lo castellano como lo español, de manera extraordinariamente simplista y acrítica, no entendiendo que son también españolas las demás lenguas autóctonas y que el castellano es un cuerpo vivo e imparable, con vigor y presencia mundial crecientes, pero no por la acción de las políticas idiomáticas patrias, sino por su fuerza expansiva en América. Y hasta en Asia.
El artículo 3 de la Constitución Española consagra el castellano como la lengua oficial del Estado, subrayando que todos tenemos el deber de conocerla y el derecho a usarla. Las demás lenguas españolas son, desde el punto de vista legal, igualmente oficiales en sus respectivas Comunidades Autónomas, estando constitucionalmente reconocida la riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España como un patrimonio cultural que debe ser objeto de especial respeto y protección. Esto significa, en suma, que hay que conjugar el derecho de todo español a usar el castellano en la integridad del territorio nacional, con el derecho también de todos a acceder y a disfrutar de la gigantesca riqueza lingüística española.
El resto de las lenguas territoriales necesitan la acción del Estado para su supervivencia y su difusión
Son necesarias, por tanto, además de medidas que garanticen el acceso al castellano de todos los españoles (también en las escuelas catalanas y vascas), políticas de Estado en pro de las otras lenguas españolas, encaminadas su recuperación, conocimiento, promoción, respeto, capitalización, estudio y difusión, para los propios españoles y para el resto del mundo.
El castellano, sin perjuicio de la encomiable labor de promoción exterior que lleva a cabo el Instituto Cervantes, es capaz de abrirse camino como lengua de uso internacional sin necesidad de políticas públicas españolas, dada su literatura, sus cientos de millones de hablantes, especialmente americanos aunque no exclusivamente y su destacada y creciente presencia en internet.
Sin embargo, el resto de las lenguas territoriales necesitan la acción del Estado para su supervivencia y, sobre todo, para su difusión y traslado al conjunto de España, más allá de las fronteras autonómicas, dejando así de ser, en buena medida, susceptibles de utilización como armas arrojadizas en favor de las ambiciones territoriales de ciertas élites políticas nacionalistas e independentistas.
¿Por qué no hay, a dia de hoy, un gran Instituto o Agencia de las Lenguas Españolas que, en colaboración con los gobiernos autonómicos y, en su caso, locales, acerque el conocimiento de tanta riqueza cultural al grueso de la ciudadanía española?
Creo que una clara falta de visión política de las sucesivas Administraciones democráticas habidas desde la dictadura del general Franco respecto del tratamiento de las lenguas españolas, está suponiendo una nada despreciable ventaja estratégica para las ideológias nacionalistas de corte separatista, posibilitando su necesario discurso victimista de pérdida y desatención. Las crecientes tensiones territoriales en Galicia, el País Vasco y, sobre todo, en Cataluña, de marcado carácter étnico-lingüístico, encuentran perfecto acomodo en el argumento de la defensa de su lengua autóctona supuestamente oprimida frente al dominio secular e indiscutible del castellano.
Considero prioritaria, por tanto, la puesta en marcha de una política de Estado en favor de las lenguas autóctonas para su acercamiento al conjunto de la sociedad española. Lo que, a mi juicio, debe abordarse desde el sistema educativo y a través de otros espacios académicos e institucionales. Porque la existencia de ese rico patrimonio cultural debe entenderse como un elemento indispensable para la conformación y la consolidación de la identidad española actual y, a la vez, como un derecho constitucional del que todos los españoles podamos disfrutar de manera real y efectiva.
Ignacio Perelló Almagro.
Abogado.
Ignacio Perelló