Como si hubieran tocado arriada de bandera, no falta quien huye despavorido, sean personas o ideas, del viejo campo de la democracia. Forastero, forastera, tus luchas vienen de demasiado lejos y con demasiado polvo para caber en las páginas del vanity.
Y con tan sesudo argumento se viene a ocultar lo que, en mi opinión, es la clave del asunto: la gestión de la incertidumbre y del interés público.
La política gestionaba la incertidumbre, era el recurso de los que no tenían cartera con la que pagarse bienes y servicios públicos. El equilibrio de la transición, que hoy muchos han decido regalarle a fuerzas que no participaron en ella fue ese precisamente: suprimir la incertidumbre.
Hoy, se nos ofrece que la política sea la incertidumbre. En el mercado político de la rambla nueva podrá encontrar un anti taurino que loe a Pemán, un blasfemo cofrade, si de símbolos hablamos. Podrá encontrar dudas sobre la Europa que, con sus luces y sombras hasta aquí nos trajo, propuestas de salarios mínimos que ignoran a los parados y paradas y bajan, aún más los salarios, y cosas así que de tan nuevas suenan a truco del almendruco.
Que toca cambio, es evidente. La higienización democrática, la innovación constitucional, la inserción en la política de una ciudadanía formada. Si me apuran, los viejos retos nunca cumplidos de la España ilustrada reclaman sitio y espacio.
La política está necesitada de profundos cambios en su organización partidaria
Pero ¿cambio sin izquierda? ¿Tiene acaso razón tanto gritón de la rambla nueva que quiere que con el agua sucia y la vieja vajilla tiremos nuestras viejas aspiraciones y nuestro compromiso?
No. No creo que lo nuevo pase por una disrupción tan profunda que sustituya ideas por pequeños liderazgos, programas por ocurrencias y diálogos por imposiciones gritonas.
La política está necesitada de profundos cambios en su organización partidaria. Pero no menores de los que deben producirse en otros ámbitos de la vida pública o económica.
Nada de esto está reñido con el funcionamiento eficaz de las organizaciones políticas y sociales. Y de hecho, este es el objetivo que persigue toda organización colectiva, porque de lo contrario no merecería tal nombre.
Tras la fachada de las primarias telemáticas y los códigos de buenas intenciones, de las nuevas fuerzas irrumpen sin miramientos la centralidad de sus órganos dirigentes, el protagonismo cuasi bonapartista de su líder, y el sacrificio de la democracia interna en aras de las no hace mucho tiempo despreciadas urnas.
Pero de todo lo que ofrece el mercado político de la rambla nueva, lo que más preocupa a esta humilde analista es la creciente difusión de proyectos sin alma.
Proyectos en los que han desaparecido sujeto y objeto, los trabajadores y trabajadoras y sus necesidades, por un poner, y donde evanescentes gentes, pueblos, aliados laterales o cosas parecidas sustituyen a aquellos a quienes la política prometió defender.
La izquierda debe aprender de sus errores y debe hacerlo con celeridad
Uno de los grandes errores del momento es haber enterrado bajo la etiqueta de traición (transición) ese compromiso. Generaciones enteras de políticos (y miles de políticas públicas) se han incluido junto a partidos de derechas, entramados económicos y redes clientelares que no participaron en el proceso de reconstrucción democrática de España.
Políticas y políticos hoy denostados que le dieron la vuelta a este país como un calcetín, sobre la base de la concertación, el reparto de recursos y los servicios universales. Corre un riesgo este paradójico país nuestro: que los hijos de los ricos defiendan sector público y los hijos de los trabajadores rebajas de impuestos. Suele ocurrir cuando se falsea la historia,
No cabe duda de que los ocupantes de la rambla nueva, Podemos, Ciudadanos, y la miríada de máscaras electorales que nos observan no son producto de una inversión mediática (que también), sino consecuencia del trabajo en la búsqueda de respuestas.
Es evidente que las cosas cambian y nadie debería ignorar los cambios, salvo que aspire a convertirse en un fósil. La pregunta es si la llamada nueva política, es decir aquellas formaciones de vida breve y reciente, una vez incorporadas al debate y la representación pública aportan de verdad algo nuevo y cierto a la actividad política. En todo caso, ese es su responsabilidad.
La izquierda debe aprender de sus errores y debe hacerlo con celeridad. Se trata, creo sinceramente, de no equivocarse de pregunta. Puede y debe hacerlo, desde lo que fue: un compromiso de certidumbre para los que no tienen recursos,
Libertad Martínez