domingo, septiembre 22, 2024
- Publicidad -

Ya no hay recado de escribir

No te pierdas...

El papel va desapareciendo entre los vítores del circo cibernético. Ponemos signos, que eso no es escribir, en aparatos sofisticados por dentro y fáciles por fuera. Acabaremos pronto con la caligrafía y esas viejas manías. Ya no hay correspondencia en papel ni siquiera en la cartulina coloreada de las postales. Difícil es ya encontrar papel cebolla, papel cristal, papel tela, papel de barba. Ahora venden papel para impresoras, eso sí, de varios colores, en paquetes o resmas de quinientas hojas. Y no hablemos de los sobres de papel tela, que casi no existen. Menos mal que para cuadernos nos queda Miquel Rius.

Los otros elementos, como las plumas estilográficas, se han convertido en artículos de colección que Sacristán, esa pequeña tienda de la calle Mayor de Madrid, sigue ofreciendo. Los ingleses las llaman deliciosamente fountain pen y el nombre denota que son productos de otra época, de otra forma de pasar y usar el tiempo y de comunicarse o mandar poemas a la amada. En Madrid, otros amantes del papel tienen un establecimiento modélico, agradable, Depapel, en la calle Justiniano, barrio decimonónico y propicio a estas aficiones.

Las plumas metálicas sustituyeron a principios del siglo XIX a las muy rasposas de oca, que arañaban el papel (de ahí aquellos papeles tan sólidos). Toda la literatura maravillosa de ese siglo, el culmen de la novela fue escrita con las plumas metálicas, que en el siglo XX pasaron a llamarse estilográficas.

Si van a Bruselas a algo más que a una apresurada reunión, acérquense al Musée des lettres et manuscrits, en la Galerie du Roi, sí, esa donde hay tantas chocolaterías pero también está la librería Tropismes. Podrán admirar la letra y caligrafía de cuando se usaban plumas y papel. Este pequeño museo, con cartas y papeles de escritores es ya casi arqueológico. Dentro de poco ya no habrá manuscritos –que serán para los turistas como las tablillas de Assurbanipal-, ni typescripts (a máquina). Pero mucho más cerca tienen la exposición de los manuscritos de Miguel de Unamuno, en la Biblioteca Nacional, en Madrid.

Un periodo intermedio fue el de la escritura mecanográfica, con esas maravillosas Underwood, Smith Corona, Torpedo y decenas de marcas. Tras ellas estaba una industria bastante sofisticada, con obreros especializados, con materiales escogidos. Por eso duran toda la vida. De hecho, cuando nos representamos los escritores siempre acudimos a las máquinas, símbolo de esa paz del monocorde tecleo en una casa apartada, como Hemingway, por ejemplo. Parece que se fuera más creativo escribiendo a mano o a máquina.

No creo que el libro de papel desaparezca, pero sí la escritura y las cartas. La raza de los que escriben cartas en papel se va extinguiendo. El placer de recibir una misiva, la meditación de escribir lentamente, el llevar un diario, son completamente diferentes de enviar un correo electrónico o un whatsapp (a ver si a alguien se le ocurre otra palabreja que lo sustituya).

¿Qué haríamos sin cartas ni diarios para escudriñar las vidas de poetas, novelistas y científicos? Los epistolarios y los diarios son esenciales, sobre todo para los sesudos doctorandos. Tan es así que incluso algunos escritores los llevan para publicarlos inmediatamente, como Andrés Trapiello, en un ejercicio de egolatría sin par. Y nos cuentan lo que han leido en el periódico o cómo les han atendido en el café. No siempre muy interesante. Hay que reconocer que poquísimos diarios son muy sinceros.

De los epistolarios, muchos son mentira y otros son intrascendentes, un rollo de cartas sobre si les han editado o publicado o sobre si fulanito les debía dinero o no le ha devuelto un libro prestado. A menudo su prosaismo contrasta con la sublime poesía del autor o son cartas a personas caidas en el olvido que en nada mejoran nuestra imagen del autor.

Otras, como las cartas y diarios de viajes de Jovellanos, son más vívidos. Y a menudo una fuente imprescindible de información sobre una época. Las cartas de Julio Cortázar son un ejemplo de escritura, testimonio de su época, simpatía y dedicación. Una escuela de epístolas. De los diarios podríamos quedarnos con muchos, pero yo recuerdo los de Ernst Jünger, a pesar de todas sus digresiones filosóficas e históricas. En ese sentido, El quadern gris, de Josep Pla, aunque reescrito y retocado décadas después, y en castellano traducido por Dionisio Ridruejo, es un modelo de diario con una forma especial, de un año de su vida, uno de los libros españoles más apreciables del siglo XX.

Esto no es un ejercicio de nostalgia y del bello tiempo pasado, sino una modesta llamada a conservar la escritura, el papel y la caligrafía para comunicarnos los unos a los otros. La escritura además lleva a la lectura. Otro día hablaremos de un par de especies también a extinguir a manos de ministros y de expertos ágrafos de la Unión Europea, que van a exterminar a los latinistas y los helenistas (y los del griego moderno también, a este paso) y borrar las lenguas clásicas de los programas escolares.

Ah, y esta columna está escrita en un ordenador, lo siento.

Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye

Artículo anterior
Artículo siguiente

Relacionadas

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

- Publicidad -

Últimas noticias

- Publicidad -