Llego a Santiago de Compostela. Recorro tres hoteles en busca de habitación. Estamos con una ocupación del 96 por ciento, me dicen. Hice un viaje profesional a Palma de Mallorca hace dos semanas y me dijeron lo mismo: casi un cien por cien de ocupación. Las terrazas y las mesas de los restaurantes están a tope en mi Cantabria de playas abarrotadas. Y en Madrid. El FMI admite que estamos en buena racha, pero advierte sobre nuestras debilidades estructurales y pronostica para España un año 2016 francamente mejorable y alejado de las previsiones, tan optimistas, del Gobierno de Mariano Rajoy. La radiografía económica de un país donde subsisten cinco millones, quizá algo menos en realidad, de parados y varios millones más de mileuristas es, así, desconcertante. Como lo es la radiografía política.
Decir, así, que uno no acaba de entender este país es decir poco. Que se haya armado el revuelo que se ha armado por la 'serpiente de verano' llamada Rodrigo Rato aparecida en el despacho de un ministro que debería haber dimitido por otras cosas, quizá, pero desde luego no, como le pide la oposición, por haber albergado un rato a Rato, muestra hasta qué punto estamos todos afectados por el calor. Un calor que, dicen los psicólogos, trastorna las mentes más proclives a ello hasta cometer los crímenes más abyectos que llenan estos días las portadas, las conversaciones en las cenas de amigos y las páginas de sucesos.
Y así andamos en la semana más vacacional del año. Llenos de serpientes de verano que son, en realidad, víboras que nos emponzoñan. Ahí tenemos a la clase política -bueno, en realidad a un puñado de diputados de la comisión de Interior del Congreso- rompiendo el sesteo para decirse cosas, a cuenta del despacho del señor ministro, que no pasarán a los anales del parlamentarismo, mientras sus jefes, en absoluto ocupados por este caso, preparan el retorno a la batalla. Ni ocupados por el nuevo 'affaire Rato', o 'affaire Fernández Díaz', si usted quiere, ni, parece, preocupados por la dinámica que se va a poner en marcha en este país nuestro -porque Cataluña es parte, y parte sustancial, de este país nuestro- dentro de tres semanas, tres, cuando, con la Diada, se ponga en marcha la campaña electoral más mendaz, demencial y peligrosa que se recuerde. Pero eso, claro, queda aparcado por el calor que ha mantenido selladas, o casi, las bocas de los máximos dirigentes políticos -y económicos- de este país nuestro desde hace demasiados días.
Mañana, seguramente, haré una parte de esa 'ruta da pedra e da agua', por el río Armenteira que recorre estas jornadas Rajoy. He hablado con algún colega que se lo ha encontrado no tan casualmente por esos parajes. No ha obtenido declaración presidencial sustanciosa alguna, pero sí ha visto cómo la gente se hace 'selfies' con el ahora sonriente presidente. Yo no pretendo una tal coincidencia -él, sin duda, es mucho mejor trotador que quien suscribe-, pero confieso que, de todas las cosas que me desconciertan en este país nuestro, el presidente del Gobierno se lleva la palma: ahí está, como si no pasase nada. Como si, en efecto, lo peor que pudiera pasarle, y pasarnos, fuese que un grupo de diputados de la oposición pidiesen la dimisión de su ministro del Interior -bueno, alguno llegó a pedir también la de Rajoy- porque se sospecha que pueda haber cometido algún delito indemostrable recibiendo en su despacho a un ex vicepresidente del Ejecutivo -entre otros muchos ex cargos- dizque amenazado en las redes sociales. País…
Fernando Jáuregui