Esta siendo un Agosto negro para las mujeres, un mes que quedará señalado en el calendario de muchas familias rotas. El asesinato de Laura y Marina, las dos jóvenes de Cuenca a quien su agresor enterró luego en cal viva, intentando no dejar huellas, ha sido el último de una larga lista que ya tiene 25 nombres en lo que va de año. Mas allá de lo cruel y escabroso de cada caso, la violencia machista lejos de disminuir aumenta y urge buscar soluciones prácticas a un tema que no tiene explicación posible salvo que entonemos el mea culpa por la sociedad despiadada que estamos construyendo y ponernos manos a la obra para expulsar de nuestro entorno determinadas actitudes que, luego, despiertan en algunos el monstruo que llevan dentro.
Un total de 800 mujeres han sido asesinadas en España, en la última década, por sus parejas o exparejas y más de 600.000 son víctimas cada año de algún tipo de violencia machista, aunque menos de la cuarta parte lo reconocen abiertamente. También 840.000 niños y niñas padecen la violencia que se ejerce sobre sus madres y más de medio millón son maltratados directamente. Estas son las cifras que ofrecen las estadísticas de la vergüenza y la pregunta es ¿Cómo reaccionaría la sociedad si en vez de mujeres y niños las víctimas fuera jueces, periodistas o políticos? ¿Qué diríamos si al año se asesinará a setenta profesionales cualificados de cualquier sector o colectivo influyente? La alarma social sería inmensa y aunque es cierto que nos hemos dotado de leyes para combatir este terrorismo doméstico algo falla cuando, lejos de disminuir, las víctimas siguen aumentando y cada vez son más jóvenes.
Sabemos que la violencia machista no conoce de clases sociales, ni depende de niveles intelectuales, culturales o educacionales. Tenemos que preguntarnos ¿por qué en una sociedad avanzada se siguen produciendo estos casos terribles? y una de las respuestas es que esto no sería posible sin grandes complicidades y, desde luego, cómplices los hay a todos los niveles. Son cómplices de estos asesinos las familias y los amigos, incluso los vecinos o compañeros de trabajo que callan o miran hacia otro lado cuando empiezan a sospechar lo que esta ocurriendo. Somos cómplices los medios de comunicación cada vez que recogemos testimonios que definen a estos monstruos como vecinos ejemplares. Son cómplices los jueces cuando no dictan sentencias justas y ni ejemplarizantes, cuando no actúan de oficio, cuando aceptan que se retiren las denuncias o minimizan estos casos.
Sabemos perfectamente que los asesinos son camaleónicos animales peligrosos que se transforman adaptándose perfectamente para sobrevivir en su medio natural. Fuera del hogar dan la impresión de ser personas de bien, buenos vecinos, educados y correctos, pero, de puertas adentro en su casa son peligrosos depredadores, capaces de acosar y hacer un daño infinito a quienes les rodean. De lo que se trata es de desenmascararles, y, señalarles con el dedo acusador y si las víctimas son incapaces de decir «no» porque están aterrorizadas, debe ser la gente más próxima quienes les delaten.
Si los asesinados o maltratados fueran jueces de prestigio, periodistas o conocidos políticos los asesinos estarían desde el minuto uno bajo rejas y todo el mundo les daría la espalda. El tema, pues, no es que el hecho sea distinto, sino que las víctimas lo son porque son mujeres aterrorizadas y niños indefensos y ¡claro!, que en este tema si hay víctimas de primera o segunda.
Algo hemos hecho mal, muy mal cuando cada vez las víctimas son más jóvenes o cuando el acoso a través de las nuevas tecnologías se está extendiendo como la peste. El machismo en el whatsapp o en los SMS utiliza las mismas palabras de siempre «zorra «o «puta» y las amenazas también nos resultan muy conocidas «te voy a matar», «no vas a poder salir a la calle». ¡Claro, que tres de cada cuatro jóvenes sigue pensando que los celos son una expresión de amor y los primeros malos tratos solo una muestra más de cariño. ¿En qué nos estamos equivocando para que esto sea así? O enseñamos a nuestras hijas a decir «no» y a nuestros hijos a denunciar a los acosadores o cualquier día ellas serán un número más de esta dramática estadística y ellos quienes protejan o sean los maltratadores. Como dice la campaña que se está promoviendo en las redes sociales ¡Ni una más!, ¡Ni una más!
Esther Esteban