La Unión Europea progresa, como casi todo, a golpe de crisis, resolviéndolas primero y luego intentando prevenir su repetición. Tras la vivida con Grecia, el Presidente francés, François Hollande, compartió una reflexión para progresar en la integración europea proponiendo un gobierno económico único de la Eurozona, la de los países que comparten el Euro. En su propuesta se contempla, entre otras cosas, un solo presupuesto, un parlamento propio, impuestos de sociedades armonizados, una Unión Fiscal con mutualización de las deudas y un salario mínimo transnacional. Sería un salto adelante importantísimo, una verdadera refundación de una UE que, en todo caso, funciona.
Con la crisis griega se pusieron al desnudo no sólo algunos talones de Aquiles del Euro sino también de las economías de los países miembros de la Eurozona. Especialmente, pero no únicamente, de la de Grecia, victimizada por ella misma y por otros sin perjuicio de que tiene mucha responsabilidad en lo sucedido. Habrá, también, responsabilidades de otros europeos pero sólo desde la humildad de reconocer sus propias culpas, lo que Varufakis desconoce, es cómo puede ese país empezar a remediar sus males que no son solamente económicos sino de ausencia de un verdadero Estado capaz de recaudar, por ejemplo, sus impuestos. Puede que Tsipras lo haya acabado de entender después de cometer muchos errores.
Una de las mayores acusaciones formuladas al tercer rescate griego ha sido que han prevalecido los componentes económicos y financieros (de los acreedores) sobre los políticos (del deudor). Lo curioso es que el Euro empezó como un concepto político con insuficiente respaldo económico, como hemos comprobado. Así estamos.
Como consecuencia de la crisis económica que sufrimos en Europa desde 2008, importada de los EEUU tras la bancarrota de Lehman Brothers, se le ha dado al Banco Europeo más capacidad para inyectar liquidez y actuar, en parte, como un banco central. También se han tomado otras medidas para avanzar hacia una necesaria unidad económica en la Eurozona, entre ellas una mutualización parcial, aunque escasa, de la deuda en el seno de la Eurozona. Son sólo paliativos circunstanciales. La iniciativa de Hollande significaría, en cambio, una verdadera gobernación económica de la Eurozona. Una iniciativa muy ambiciosa. Demasiado dirán, incluso, sus críticos. Pero solo con ambición se pueden superar los retos de la UE y, especialmente, de su Eurozona.
Sin embargo es evidente que este proyecto, si prospera, no es para cualquiera. Es para aquellos que lo deseen políticamente y que estén en condiciones económicas para afrontarlo. Entre los primeros no pueden estar los países que no tienen una verdadera vocación de integración camino de una Unión Federal Europea. El Reino Unido ya se autoeliminó al conservar la Libra Esterlina. Además, a este círculo más integrado sólo podrán acceder países cuyas economías estén saneadas. Los alemanes, imprescindibles, ya asoman la oreja con un reciente informe de sabios suyos que señalan la necesidad de que un país pueda abandonar el Euro, algo no claramente previsto hasta ahora. Razones puede haber para ello, pero con la propuesta de Hollande sería como construir un ático en la Eurozona: no se sacaría a nadie a la calle pero los que no puedan subir se quedarán en la planta baja.
Inicialmente formarían parte de este círculo central de la Unión Europea sus seis fundadores, Alemania, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo y Países Bajos, a los que se podrían añadir algunos más como, esperemos, España. Es esencial que nuestro país esté incluido en este proyecto desde su inicio. Decisión política, lo que requiere una necesaria concienciación de nuestra ciudadanía, y, también, una economía con buena salud.
La concepción inicial sería perfilada con más detalle en Paris a lo largo de este verano para ser luego consultada con Alemania, pilar necesario, con Francia, de cualquier proyecto integrador europeo, pero no forzosamente exclusivo. Todos entendemos que Europa no puede construirse sin este binomio pero, también, que no basta, sin perjuicio de aquellos que reprochan a Hollande de solo inventar algo para cercenar políticamente la hegemonía económica alemana. La propia Alemania sabe que no puede liderar sola la integración europea, económica y política, siendo necesario para ello un grupo donde se puedan tomar decisiones en común.
Ahora es el momento para que tanto el Gobierno como la oposición, incluso coordinadamente, influyan en los países antes mencionados para adecuar este proyecto a nuestras necesidades y posibilidades. Deben, asimismo, explicar los parámetros de este proyecto al electorado español que este otoño elegirá a quienes nos gobernarán los próximos cuatro años y que tiene que exigir que España no quede esta vez apartada del meollo europeo. Una UE federal necesita un proyecto ilusionante como este. Para estar en el sancta sanctorum de la integración europea habrá que sumarse a este grupo además de estar en el Euro y tener la frontera común de Schengen.
Carlos Miranda
Embajador de España
Carlos Miranda