Hacer o hacerse un 'selfie' no es tan fácil como parece, según demuestra la experiencia: hay que tener buen pulso, enfocar bien, sonreir a un objetivo impreciso y arrimar la cabeza a la otra u otras cabeza/s sin darse topetazo alguno ni propasarse en el achuchón. Nuestros políticos, que de 'selfies' sabían muy poco -como usted o como yo- hace nada de tiempo, llevan prodigándose en ello estas semanas vacacionales. Bueno, al menos algunos de ellos, porque de otros -Albert Rivera, Pablo Iglesias- nada sabemos: no quieren que nadie viole su intimidad agosteña, ni siquiera esa juventud que tal vez les vote allá por diciembre. Pero, en cuanto se produzca el regreso, no tenga usted duda de que se incorporarán a esa moda selfítica, que requiere, entre otros detalles, proximidad al ciudadano y acceder a sus requerimientos, que antes se limitaban a dar la mano al candidato de turno y ahora se extienden a desear una fotografía con el famoso.
No se dejen engañar: hay coleccionistas de 'selfies' con famosos como hay coleccionistas de sellos o de monedas. Quien crea que porque te pidan, amarraditos los dos, una foto cercana te van a votar, se equivoca. Se trata solamente de que las campañas electorales ya nunca más serán aquellas exclusivamente de mitin en plaza de toros y atriles lejanos desde los que el candidato pontificaba, mientras las teles emitían reportajes épicos. Tampoco serán las de banderolas en las farolas, aunque, como el mítin en plaza de toros -para eso se están quedando, en estos tiempos antitaurinos–, seguirán existiendo. Ahora, ser candidato conlleva también, y fundamentalmente, la proximidad, siquiera de 'selfie', a la gente, que quiere ver de cerca a aquellos que piden que los votes para luego gobernarte, imponer sus leyes y disponer sobre nuestros impuestos. Como también conlleva estar dispuesto a multiplicar los debates televisivos en todos los formatos imaginables y hasta, horror, con entrevista a cargo de varios periodistas, no necesariamente todos de la cuerda.
O sea, que lo que viene es algo nuevo, que habrá de jugarse en esas redes sociales que lo mismo sirven para amenazar a uno de los Rato que para insultar a un tertuliano que no se muestra lo suficientemente catalanista, por poner un par de ejemplos. O, claro, para que el candidato informe a su querido público de los pasos que va a dar, de sus pensamientos más profundos o de chorradas sin límite, que las redes están pobladas, cómo no, de ellas. Ahora que dicen que Jorge Moragas, que es un señor mucho más competente de lo que muchos imaginaban, va a sustituir como manager electoral a Pedro Arriola, que era utilísimo para que todos le pegasen los palos que les correspondían a otros más poderosos, sospecho que vamos a ver nuevas formas de campaña incluso en el Partido Popular, cuyo líder es tan reticente a los cambios y a las novedades. Y los demás no se van a quedar, por supuesto, a la zaga.
Desde luego, el marketing y la cosmética, el beso a los niños y el agarrar por la cintura a una joven atractiva para inmortalizarse con ella, son cuestiones importantes, como el color de la corbata y la chaqueta, o la sincorbata y la textura de la camisa, del candidato: se impone el estilo Tsipras, tras haber estado a punto de imponerse el mucho más cuestionable de Varoufakis. Pero lo malo es que la mercadotecnia política a veces nos hace olvidar la alarmante ausencia de programas. Más allá de la independencia no confesada, ignoro cómo piensa gobernar Artur Mas en el futuro con esa lista respaldada por ex comunistas, beatas, alguna monja cojonera -definición de ella misma, conste–, entrenadores de futbol, cantantes y, sobre todo, gentes de Esquerra y del centroderecha convergente. Y, ya que estamos, cuando faltan cuatro meses para las elecciones generales, es muy poco lo que sabemos sobre cómo van a sorprendernos Rajoy, Sánchez, Rivera, Iglesias y demás en cuanto a proyectos concretos para mejorar nuestro futuro. Y tener un compromiso por escrito que explique el cambio que cada cual quiere para nuestro país es mucho más importante que enmarcar encima de la chimenea una foto con un posible próximo primer ministro, ¿no?
Fernando Jáuregui