Desde la llegada de los partidos minoritarios o no tan minoritarios a las instituciones locales y autonómicas, la polémica sobre la fiesta de los toros se ha recrudecido hasta el punto de poner en grave riesgo la vida incluso de algunos aficionados que como forma de protesta, saltan a la plazas sin tener en cuenta las graves consecuencias que esta acción puede tener para él mismo pero también para los diestros que en ese momento se encuentran en el ruedo.
Huelga decir que las corridas de toros no son un juego de niños, como lo demuestran las graves cogidas de Francisco Rivera Ordóñez y de Jiménez Fortes que han estado a unos milímetros de la muerte. Como tampoco lo son los encierros que tienen lugar en algunas ciudades y pueblos de España -calculan que unos 2000- y que tantas vidas se han cobrado este verano.
Pretender como pretenden algunos que hay que erradicar un espectáculo que forma parte de nuestra cultura me parece una insensatez, por más que algunos de los argumentos que utilizan los firmaría cualquiera, yo también, ya que a nadie le gusta ver sufrir a un animal, por más que pese quinientos o más kilos y sea tan bravo como para causar la muerte instantánea de quien le intenta matar.
Si se suprimieran los toros, que lo dudo, yo pediría también que se suprima la caza y la pesca
Tampoco me gusta ver cómo se mata a un corzo, a una cabra montesa, a un cerdo, ni siquiera a los pollos. Lo que no impide que muchos de los que se llevan las manos a la cabeza por lo que consideran un atropello, se sienten después a la mesa a degustar su sabrosa carne, sin preguntar antes cómo se llevó a cabo la muerte de esos animales. Si se suprimieran los toros, que lo dudo, yo pediría también que se suprima la caza y la pesca, no sin antes pensar las consecuencias económicas y ambientales que decisiones tan polémicas como estas tendrían entre la población y el medio ambiente.
Dicho esto, más que prohibir -palabra que utilizamos con demasiado frecuencia últimamente en este país-, lo que yo haría si me encontrara entre los que odian los toros, primero sería no asistir a las corridas y después pedir que estas se celebren con toda limpieza, en las mejores condiciones posibles. Y como espectáculo público que es desviar las subvenciones que se conceden a este tipo de festejos a otras causas más urgentes: ayuda a los mayores, a los niños cuyos padres apenas pueden darles de comer, a los hombres y mujeres sin trabajo y en situación precaria, en fin, a solucionar un montón de problemas que tiene la sociedad y que necesitan soluciones urgentes. Como urgente es también que el mundo del toro se una para defender lo que consideran de justicia, y que no es otra cosa que que les dejen torear en paz.
Y fíjense que no entro en disquisiciones de tradición, plasticidad, belleza y torería que componen los pilares fundamentales de este arte reconocido durante siglos y que ahora está en decadencia debido a muchos factores.
Rosa Villacastín