martes, noviembre 26, 2024
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La etimología del embrollo

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Con el tiempo uno va volviéndose no ya más pausado, de tal manera que aquello que hasta hace no tanto hubiera provocado una reacción, si no fulminante, al menos rápida, ahora pasa a un segundo plano. Queda a la espera de que llegue su momento, sin prisas, para pasar ya sea al correspondiente turno de respuesta, ya al abandono definitivo, en ese limbo permanente cada vez más lleno de intenciones fallidas.

Estas lamentaciones vienen a cuento de una no lejana sobremesa en tierras catalanas en la que, después de unos sabrosos langostinos -vinarocenses para más señas- alguien sacó a colación un artículo publicado por Santiago Roncagliolo. Afirmaba que el embrollo en el que actualmente vivimos ha provocado que esa importante intelectualidad residente en Cataluña y que, procedente de todo el mundo hispánico, se expresa en castellano, se vea confrontada a limitaciones tales que, en la práctica, equivalen a su expulsión más o menos voluntaria.

Algunos comensales afirmaron rotundamente que lo defendido por Roncagliolo no tenía ni pies ni cabeza: Barcelona sigue siendo el espacio en el que, independientemente de la lengua que se utilice, todos pueden desarrollar sus inquietudes artísticas, literarias o científicas. Otros, sin embargo, se mostraron de acuerdo con el autor peruano. Según recordaron, ya no existe aquella Cataluña que como un imán atraía a todo el que a ambos lados del Atlántico tuviera algo que expresar. Así las cosas, la Barcelona intelectual no es hoy en día ni sombra de lo que fue.

Sin embargo, la mayoría de los que estábamos, optamos por un silencio más o menos elocuente que, al margen del artículo conflictivo, dejaba patente que el embrollo en el que estamos inmersos no es una mera entelequia sino, muy al contrario, una situación de lo más real.

Puede que entonces sea útil recordar el origen etimológico del término embrollo, que en castellano conlleva unas connotaciones todavía más peyorativas que en otras lenguas. Se refiere a la costumbre que tenían los venecianos de situarse en el broglio, aquella zona de la Piazza San Marco a la que elegidos y electores se dirigían para, sin el menor recato, llevar a cabo las transacciones pecuniarias que permitirían acceder a cierto cargo al protegido de tal o cual facción política.

Uno no quiere ser excesivamente explícito, pero puede que convenga no descartar del todo las enseñanzas siempre sabias de la etimología. Son útiles incluso para resolver esas situaciones que de puro embrolladas provocan todo tipo de tensiones y, lo que es peor, hasta el silencio de las sobremesas de verano. Piénsese por tanto dónde se encuentra nuestro propio broglio y, asumiendo todos y cada uno sus responsabilidades, diríjanse hacia allá cuanto antes.

Ignacio Vázquez Moliní

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