Los aficionados al ajedrez sabrán perdonarme el atrevimiento, pero vistos los últimos movimientos en el tablero griego, por paradójico que resulte, parece que con su dimisión Alexis Tsipras ha dado el primer paso para su enroque como primer ministro griego poco más de medio año después de su victoria electoral.
Meses de muy poca responsabilidad al frente del Gobierno que han terminado en el momento exacto en que el dimisionario primer ministro ha considerado que se le ha abierto la ventana electoral idónea para su reelección, entre el desembolso del primer tramo del rescate recién aprobado y la implementación de las duras medidas que conlleva, y una oposición en horas bajas.
A nadie puede sorprender la dimisión, máxime tras la división de su propio partido durante la negociación y aprobación del tercer rescate y las contradicciones entre este y sus promesas electorales. Lo que sí sorprende es escuchar de boca de Tsipras afirmaciones como que ha “salvado al país”.
Sinceramente, me pregunto de qué cree que ha salvado Tsipras a Grecia: no de la recesión –la empeoró–; no de las restricciones de capitales –cerró bancos e impusó el corralito durante varias semanas–; no de la austeridad –solo hay que ver el listado de medidas que acompañan el tercer rescate–; ni, desde luego, del deterioro de la imagen exterior de su país y de su posición negociadora con unos socios europeos a los que no dudó en tratar como buitres chantajistas.
Tsipras ha actuado de forma absolutamente irresponsable al tensar la cuerda hasta extremos inimaginables, poniendo en riesgo la propia permanencia de Grecia en el euro
Sí, desde luego, a lo largo de esta interminable crisis Europa se equivocó al optar por una política económica de austeridad extrema por pura imposición ideológica que nos ha arrastrado por el pozo de la recesión primero y del estancamiento después, con costes inasumibles en materia de desempleo, desigualdad y pobreza, especialmente en los países del sur y, entre ellos, de forma dramática en Grecia. También en este nuevo rescate vuelven a cometerse errores de este tenor.
Pero Tsipras ha actuado de forma absolutamente irresponsable al tensar la cuerda hasta extremos inimaginables, poniendo en riesgo la propia permanencia de Grecia en el euro y en la propia Unión Europea y quién sabe si la propia moneda común; añadiendo sufrimiento a una ciudadanía ya muy castigada por todos estos largos años de crisis; acusando a los socios europeos de poco menos que de conspirar contra Grecia y cuestionando la legitimidad de gobiernos tan democráticos como el suyo, como si no existiera más opinión pública ante la que responder que la suya. Y todo para acabar violentando el sentido del voto expresado por la ciudadanía griega en el referéndum sobre el rescate.
Un despropósito mayúsculo, impropio de un gobernante de un Estado miembro de la Unión Europea a quien, si algo se le presupone, es una cierta dosis de responsabilidad no solo hacia su ciudadanía sino también hacia los acuerdos alcanzados con los socios europeos y, por tanto, con la ciudadanía de esos países. Acuerdos que han permitido construir este imperfecto e incompleto proyecto llamado Europa, aun así el mejor proyecto político que hemos alumbrado como continente.
Quizás no le vendría mal a Alexis Tsipras recordar lo dicho hace muchos años por Felipe González, cuando afirmó que al gobernar aprendió a pasar “de la ética de los principios a la ética de las responsabilidades”.
Sin duda, gobernar es decidir, tomar decisiones que tienen impacto directo sobre la sociedad a la que se sirve, de ahí la importancia de saber compatibilizar los principios que guían un proyecto de gobierno, de país, con la responsabilidad de gobernar para toda la sociedad y de honrar los acuerdos alcanzados. A fin de cuentas, si bien es cierto que la política es el arte de lo posible, no lo es menos que sólo pueden alcanzarse los objetivos fijados avanzando hacia ellos con pasos responsables. La mejor muestra de todo ello es el salto dado por nuestro país a lo largo de esta etapa democrática, tan superficialmente puesta en cuestión por algunos en los tiempos que corren.
Principios, responsabilidades… y liderazgo porque sin él no hay elemento tractor para una causa. Pero el liderazgo no es ponerse al frente de una reivindicación o estado de ánimo coyuntural sino unir a la sociedad en un esfuerzo común para alcanzar objetivos que supongan avances estructurales en su progreso y bienestar. Lo contrario es simple, y peligroso, populismo.
Me pregunto si, más allá de haber sabido escoger el momento electoral, habrá aprendido Tsipras algo de todo esto.
José Blanco