Han pasado ya 70 años de la última Guerra Mundial, y algo más de la Guerra Civil española. Nos hemos «acostumbrado» a la paz. Los jóvenes, afortunadamente, no tienen ni la más remota idea del horror de esas contiendas, del fracaso, del dolor y el odio que significa una guerra. Todos pierden. Tal vez sería bueno que en los colegios pusieran imágenes de ese horror para que, al menos, sean conscientes de que nunca su final justifica su comienzo. Este verano he vuelto a ver a la excelente Coral Salvé de Laredo en su brillante interpretación de «El hombre armado. Misa para la paz», original del compositor británico Karl Jenkins, por encargo de las Armerías Reales británicas, «para celebrar el paso del siglo más desgarrado por las guerras y más destructivo de la historia humana» y mirar hacia el futuro con la esperanza de construir un mundo mejor y más pacífico. Las imágenes que acompañan al coro son duras, impactantes. Necesarias.
Dudo mucho de que este siglo sea mejor que el anterior, de que tengamos razones para la esperanza o de que hayamos aprendido algo
No hay guerras mundiales, pero dudo mucho de que este siglo sea mejor que el anterior, de que tengamos razones para la esperanza o de que hayamos aprendido algo. La guerra se produce hoy en otros lugares como Siria, Libia, el Kurdistán, Afganistán, Palestina o casi toda África. El Estado Islámico es una amenaza para millones de hombres sin capacidad alguna de defensa frente a la intolerancia y la barbarie. Los europeos percibimos los efectos de esos conflictos, por las amenazas de actuación terrorista en nuestro territorio, pero sobre todo por la explosión migratoria que avanza imparable y a la que nuestros Gobiernos no saben cómo ponerle freno. Y a veces, cuando dicen lo que quieren hacer es para echarse a temblar. Además, el nacimiento de formaciones xenófobas en diversos países de Europa sí nos retrotrae a los peores tiempos de nuestro continente. En España, afortunadamente, no sucede eso, pero sí hay ramalazos de racismo que deberían preocuparnos.
Por primera vez los riesgos mayores son los geopolíticos, que obligan a millones de personas a tratar de salvar su vida huyendo y abandonando todo para tratar de convertirse en refugiados permanentes en otros países. Nunca ha habido más personas en campos de refugiados sin derechos ni futuro. Demasiados millones de ciudadanos moneda de cambio de intereses económicos, políticos, extremistas o sectarios. Demasiados millones de ciudadanos cuya vida no vale nada.
No hay una nueva guerra mundial, pero Europa tiene un serio problema que debe afrontar con rigor. El coste económico de las migraciones es muy alto. Alemania, donde puede haber 800.000 solicitantes de asilo hasta finales de 2015, tendrá un coste que equivale a la mitad del último rescate griego. La falta de solidaridad de muchos países para el reparto de esos refugiados no presagia nada bueno. El problema puede ser mucho más serio, porque no se pueden poner puertas al campo como se ha demostrado en frontera griega con Macedonia. No habrá vallas suficientes ni puertas que no se abran. Llegarán a Europa por decenas de miles porque la otra alternativa es la miseria y la muerte. Europa tiene que actuar unida en los territorios donde se produce el éxodo. Y llevar la paz donde los nuevos terroristas están larvando un conflicto de carácter mundial. Tal vez mucho peor que los anteriores, mucho más devastador.
Francisco Muro de Iscar