No les viene bien. Que el pueblo griego tome la palabra, no les ha venido bien.
Produce algo de vergüenza ajena pero habrá que decir que muchos de los que se han pasado meses viajando a Atenas a hacerse fotos a costa del pueblo griego; quienes pusieron banderas griegas y cantaron la noche del referéndum, casi todos esos y esas han torcido morro y opinión: Tsipras nos ha dejado con el culo al aire, murmuran en los pasillos.
Los más aguerridos no vacilan en exteriorizar su frustración. Los profetas de las unidades populares que destrozan sus organizaciones, que sueñan con una Grecia fuera del euro, han hablado de traición.
Hasta que el patrón de Podemos ha puesto freno, el discurso ha sido el del “temblor de piernas” de Tsipras, encabezado por la del cambio andaluz que nada cambió.
Tsipras tan solo ha mostrado coherencia. Si uno no puede desarrollar su programa o no tiene mayoría para hacerlo, lo coherente, lo decente y lo democrático es convocar elecciones. El debate solo demuestra, una vez más, el deseo de una parte de la izquierda de que Grecia abandone el euro como parte de una cadena que arruine la arquitectura monetaria europea.
Merece la pena reflexionar por qué Tsipras ha llegado hasta esta situación. Primero, es evidente, por una intolerable presión del liderazgo europeo que se cargó a dos Presidentes griegos, y aspiraba a gobernar por interpuesto, hasta que Syriza levantó la bandera de la dignidad. Presión, de antes y ahora, que no es sino la demostración de un déficit democrático de la Unión tan palmario como vergonzoso.
Tsipras ha pagado, también, una mala estrategia negociadora que, en el fondo, no excluyó, o incluso planificó, la salida del euro. Cuando el juego estratégico es poner una bomba en el culo de Europa debe uno asegurarse de que tiene bomba y de que hay trasero temeroso.
La economía griega es un PIB inferior al de la corona metropolitana de Madrid y las instituciones europeas, Dragui a la cabeza, frente al desprecio alemán, tenían respuestas preparadas. El grito del referéndum fue solo el final de la estrategia impotente de un político, Varoufakis, que más recuerda al “político bailarín” de Kundera que a una izquierda que quiere gobernar.
Porque esta es, estimados lectores y lectoras, la cosa. Abandono o influencia europea.
La izquierda se ha escindido entre los que se pliegan y los que abandonan
Hay una izquierda y unos políticos definidos como decía Kundera: «El bailarín se distingue del político corriente en que no desea el poder, sino la gloria; no desea imponer al mundo una u otra organización social (eso no le quita el sueño en absoluto), sino ocupar el escenario desde donde poder irradiar su yo».
Necesitamos una izquierda que no abandone el campo de una Unión Europea que no podemos ceder ni a la derecha alemana, ni a los mercados, ni a lobbies o especuladores. Reconstruir el pensamiento europeo de izquierda, rodear el euro de una arquitectura democrática, ciudadana, es el reto de la izquierda que de verdad quiere el cambio.
Lamentablemente, desde la economía de casino de los noventa hasta el capitalismo de amiguetes más reciente, la izquierda se ha escindido entre los que se pliegan y los que abandonan.
Tsipras, abandonado entre fotos de radicales que le empujaban fuera del euro, con protagonismo español inmerecido, y especuladores de todo tipo, no ha podido afrontar solo el cambio de arquitectura europea.
Tsipras propone a su pueblo, con honestidad, un reinicio. Tsipras es la izquierda que quiere gobernar. Esa es la lección que debiera aprender la izquierda española, y muy especialmente esos a los que el calendario griego les viene fatal: ofrecer a la ciudadanía una economía baja en tonterías, rigurosa y la reconstrucción de un pensamiento europeo progresista, social y de ciudadanía. Eso si, sin amenazas, ni espectáculo.
Libertad Martínez