La noticia de la muerte de José María Benegas, 'Txiki' para todo el mundo, conmociona porque era acaso el último mohicano que peleaba en el Congreso de los Diputados -sin duda, y pese a contar solo 67 años, el de mayor veteranía en el escaño, tras la renuncia de Alfonso Guerra-. Y porque es una noticia que constata, por si hiciera falta, que una nueva era en la forma de entender y hacer la política -y el periodismo, y la banca, y…- está golpeando cada vez más ruidosamente a nuestras puertas: no queda otro remedio que abrirlas.
Algunos que aún protagonizan la actualidad política oficial andan ya como ausentes, porque ha pasado su época
No haré una necrológica al uso de Benegas, a quien desde luego conocí y traté y con quien su magnífico talante no me permitió nunca discrepar demasiado abruptamente. Simplemente, constaté, paseando con cierta tristeza este martes por los pasillos de la Cámara Baja, abierta apresuradamente para debatir los Presupuestos anticipados, que definitivamente ya nada es lo que era. Que varios de los personajes principales de la trama política ni siquiera están aún en el Parlamento. Que, en cambio, algunos que aún protagonizan la actualidad política oficial andan ya como ausentes, porque ha pasado su época: no es, en esta España algo efébica, el momento de los sesentones. Y que la gran cuestión que va a anticipar el futuro, esas elecciones catalanas de dentro de un mes, es asunto que se sigue sorteando en las intervenciones de nuestros políticos consagrados, como si de algo vergonzante y apestoso se tratara -y puede que así sea-: simplemente, o no tienen soluciones para contrarrestar la demencia de Artur Mas o se las callan.
Es decir, regresamos de unas vacaciones que para algunos han parecido demasiado tranquilas con los mismos parámetros con los que las iniciamos: el partido gobernante nos mete en la ducha escocesa -que si reforma constitucional sí, aunque con mala cara; que si reforma constitucional definitivamente no. ¿Qué estrategia política es esta?. Y el principal partido de la oposición nos desconcierta, enviando pronto a su líder a hacer las américas, cuando lo urgente sería hacer las cataluñas, con propuestas y con ideas contundentes, en estos tiempos de aflicción.
Y, así, la principal novedad es que el diputado más veterano se nos acaba de morir, no tan por sorpresa. Al lado de Felipe González, otras veces no tanto, y lo mismo podría decirse respecto de Alfonso Guerra, 'Txiki' -«nunca se ponen de acuerdo sobre si escribir Txiki o Txiqui», se me quejó bromeando un día- lo fue casi todo en el partido que gobernó a los españoles durante trece años: urdió estrategias, se enfrentó al terrorismo vasco desatado, sorteó algunas irregularidades -vamos a llamarlo así- de compañeros suyos muy queridos. Tuvo que poner parches y sofocar los incendios más variados: siempre estaba disponible, y Felipe González, que le utilizó a fondo, lo sabía. Una vez, siendo él secretario de Organización de su partido, le llamé indignado para protestar contra ciertas calumnias inequívocamente procedentes de La Moncloa; me consta que se volcó para restablecer la fama ultrajada en aquellos tiempos en los que el poder de quienes tenían el poder, valga la redundancia, era mucho, demasiado, y lo utilizaban a fondo contra sus críticos y hasta contra los indiferentes.
Por eso digo que estamos ante nuevos tiempos, nuevas formas de hacer política y quizá nuevas fórmulas: no caben ni el poder ni las mayorías absolutos. Lo que pasa es que Benegas ha muerto, quizá demasiado pronto, y con él unos usos y costumbres que ya estaban en decadencia, pero lo nuevo no pasa de ser balbuceos, desconciertos, rechazos y búsquedas de alianzas que aún parecen imposibles, pero que serán, vaya si lo serán, muy posibles y hasta probables. De momento, véase a Pablo Iglesias tendiendo manos a izquierda y derecha: cada cual está buscando su ubicación en el inminente juego de tronos. Supongo que este martes, por los pasillos del Congreso, donde retumbaban los ecos de la batalla presupuestaria, la sombra voluminosa, bonachona, algo bronca, de Benegas deambulaba preguntándose qué diablos va a ocurrir a partir de ahora, en qué va a acabar todo esto. No le vi en el congreso del PSOE que eligió hace un año secretario general a Pedro Sánchez: me dijeron que no andaba muy bien y me inquietó, porque no se perdía una, si podía. A él, que presumía de estar de vuelta de casi todo, el futuro le preocupaba tanto como el presente, y pienso que sus últimos meses debieron ser de inquietud por el rumbo político de España. Era un patriota.
Fernando Jáuregui