martes, noviembre 26, 2024
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Ridículo histórico

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Dejó escrito Ernest Renan que una nación era un grupo de gente unida por una visión equivocada del pasado y el odio a sus vecinos. La tergiversación de la Historia es el primer peldaño de la escalera que conduce a la epifanía del nacionalismo. Ahí está, sin ir más lejos en ese registro de manipulación histórica, la reciente aportación del «conseller» de Justicia de la «Generalitat» Germà Gordó autor de una renovada versión de los «Países Catalanes» que, visto que ignora el resultado de la batalla de Muret (1213), habrá hecho sonreír a más de uno. Empezando por Manuel Valls, a la sazón Primer Ministro de Francia, nacido, por cierto, en Barcelona. Un claro ejemplo el caso de Valls y también el de Anne Hidalgo, alcaldesa andaluza de París, de que los valores de la condición humana no entienden de fronteras, son universales y empequeñecen el pretendido tesoro de los «hechos diferenciales» y demás mantras del ideario nacionalista que no dejan de ser un invento pequeño burgués destinado a proteger intereses de clase.

La mitificación del pasado desemboca en la proclama de una Arcadia feliz arrebatada en algún momento por el pérfido vecino. Reivindicar el pasado anterior a esa pérdida como el momento germinal en el que el «pueblo» encontró sus «señas de identidad» conduce ineluctablemente a la confrontación con quienes «ahogan» la identidad de la nación. Quienes la sojuzgan o para el caso -pongamos que seguimos hablado del imaginario nacionalista catalán- quienes les «roban». «España nos roba» ha sido el insidioso eslogan manejado sin rastro de pudor por los propagandistas que secundan al señor Artur Mas en su deriva independentista. Es una mentira doblada, como digo, de insidia que no se sustenta en un análisis serio de los datos que arrojan las balanzas fiscales, pero deja huella. Calumnia que algo queda. Ha dejado huella sobre todo entre muchos ciudadanos cuya escasez de información ha sido sistemáticamente aprovechada por los medios de comunicación públicos que en Cataluña están dirigidos por mandarines designados a dedo desde la «Generalitat».

Me refiero al ridículo. Según el decir del añorado Tarradellas, lo único que no se puede permitir un político.

Artur Mas, que habla siempre en nombre de los catalanes -como si les conociera a todos y de todos fuera sabedor de sus preferencias políticas-, está acreciendo el nivel de presión de la caldera del barco en el que navega hacia el día 27S. Por el camino y olvidando que representa a todos los ciudadanos de Cataluña -no solo al escaso porcentaje que en su día votó a la hoy deshecha CiU– barrunta acudir a la manifestación de la «Diada» del 11 de Septiembre. Si así fuera, sería uno más de sus desatinos. Quizás el penúltimo antes de que le alcance no el «juicio de la Historia» con el que al parecer sueña desde que hace tres años se subió a la grupa del independentismo, sino algo mucho menos presentable. Me refiero al ridículo. Según el decir del añorado Tarradellas, lo único que no se puede permitir un político.

Regresar de vacaciones y darse otra vez de bruces con estas historias resulta cansino y, puede que hasta aburrido, pero es lo que hay y me temo que va para largo.

Fermín Bocos

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